"Tres veces luz" cuenta la historia de un suicidio. También el drama de quienes huyen de países en guerra, con la esperanza de tener otro destino que no sea el de la muerte.
Lo sé todo antes de verlo. El olor, la densidad del aire que nos rodea. El viejo no quiere mirar y el profesor se persigna porque ahí está.
Es la muerte. Imperturbable. Indestructible. Invicta.
Otra vez vencedora de todos nosotros.
Pero sin embargo nos aferramos a la vida, obstinados, como en la obra de Juan Mattio. Una novela cruda y sin concesiones. Una secretaria de una Fiscalía que trabaja doce horas. La muerte y una lucha que parece perdida de antemano, sin la palabra Justicia. O no. Porque de algún modo, ella se rodea de personas fieles para enfrentar ese destino. Aunque sepa que la lucha es desigual. Aunque a veces flaquee. Aunque beba y piense que siempre se llega tarde.
En un barco carguero que parte de África y termina en Rosario algunos mueren cuando son descubiertos y otros intentan sobrevivir adentro de un conteiner. Patrice, un combatiente y el pequeño Chukle, saben que sus chances son escasas. Por ello el hombre cuenta la historia de la Odisea y el regreso del héroe. Porque ellos son héroes adentro de un rectángulo de chapa, asfixiados, a oscuras, en una atmósfera densa, irrespirable, como se torna a veces la obra.
La contrapartida, el respiro necesario es la abogada y su equipo de trabajo. Sus reflexiones sobre la justicia y esa certeza que hay que hacer las cosas de manera correcta, acaso como Marlowe y su recorrido por una ciudad sabedora de injusticias, de hipocresía y miserables.
Entré a la facultad de Derecho con dieciocho años. A veces miro a esa chiquita despistada sentarse por primera vez en el aula magna entre doscientos estudiantes. La veo esperar, con su cuaderno abierto y su lapicera en mano. Me pregunto qué espera. A quién. La miro y la miro. Por momentos creo ver en sus ojos una chispa de esperanza. De algo que podríamos llamar de esa manera sin mentirnos. De algo que debe morir si se quiere seguir adelante. Y escucho, entonces, las palabras de un viejo profesor: "Las cosas fueron hechas primero. Su para qué, después". Esa fue la introducción al Derecho Penal para mí. El profesor escribió la frase sobre el pizarrón verde. Con letra cursiva. Era viejo y había visto demasiadas cosas. Tal vez su condena fuera no haber sabido apartar nunca los ojos. Ver. Y seguir viendo cuando ya no queda amor o compasión. Ni siquiera piedad. "Lean -dijo- lean, sobre todo, literatura. No hay ninguna otra cosa en este mundo que se parezca tanto al Derecho como la ficción". No sé qué hicieron los doscientos estudiantes. En todo caso, yo encontré tres razones para seguir su consejo. Primero porque había escrito en el pizarrón con letra firme cuando era evidente que su mano estaba llena de temblores. Después, porque en su mirada había vestigios de lucha.
Una lucha atávica y sin concesiones en la que no había oportunidad de vencer. Por último, porque supe de inmediato que ese hombre pertenecía a una época que no conoció el cinismo. "Construir una hipótesis es como escribir ficción. A los móviles vamos a forzarlos, siempre y en cada caso, para que encajen con los hechos. No se puede hacer de otra manera. O, lo que es lo mismo, nunca vamos a saber la verdad sobre lo que pasó. Llegamos demasiado tarde para que la Verdad esté ahí, esperando por nosotros. Pero hay ficciones honestas y ficciones miserables. Ustedes tienen que elegir qué camino tomar".
Frente al cuerpo desnudo del esquimal vuelvo a escuchar a mi viejo y cansado profesor.
Y en esa elección, la abogada intenta luchar contra lo que parece sellado de antemano. El A pesar de, de Clarice Lispector. Porque hay acciones que hay que llevar adelante. De una u otra manera. Sin tantas preguntas. Aunque después nos quede solo la tristeza y la sensación de fracaso.
-Pienso que llegamos tarde.
Y cuando termino la frase me doy cuenta que no hablo solo del esquimal muerto que espera en la morgue que alguien lo reclame, ni del barco que alguien convirtió en cementerio, ni de la bodega vacía, ni del arma que secuestró la Científica. Hablo también de nosotros. De Andrés y de mí.
Y el llegar tarde es la obstinación que intenta marcar una diferencia, la obligatoriedad de plantarse ante un mundo violento y de negociados, la imperiosa sensación que se debe izar una bandera contra las injusticias, aunque sea a media asta y deje un sabor amargo, algo que se acerca a la palabra triunfo pero donde nadie gana.
"Tres veces luz", es una novela asfixiante en algunos tramos, estremecedora e ineludible. Una cadena de hechos donde solo hay lugar para las huellas de una victoria, parcial, breve pequeña. Y son esas huellas que hilvanan el relato en donde podemos salvarnos de la locura y aliviar el peso de la muerte.
Juan Mattio nació en el oeste de la provincia de Buenos Aires. Laboralmente ha desempeñado diversas tareas: durante cinco años trabajó en el sistema penal juvenil; tuvo una experiencia como periodista policial y judicial; colabora regularmente con medios gráficos, entre ellos, las revistas Juguetes Rabiosos y La Granada; y es docente de la Universidad Nacional de La Plata en la Facultad de Periodismo.
Su novela Tres veces luz obtuvo una mención en el premio Casa de las Américas (2015).