Yo era indecisa, poco atrevida y me equivocaba con facilidad. Me daban miedo las emociones fuertes, como tirarme al agua desde lo alto o las agujas. Odiaba parecer inculta, aunque a veces abría la boca y no sabía decir nada acertado. Ahí es cuando aprendí a pensar antes de hablar, y a no decir algo que no estuviera segura de que fuera a sonar bien. Me ilusionaba con facilidad y me desilusionaba con más rapidez aún. No sabía que era el amor hasta que te conocí, a mi amor verdadero, y entonces aprendí los pequeños placeres de la vida, aprendí a convivir y lo que era entregarle mi corazón a alguien. Aunque eso sí que no fue difícil. He llorado mucho, siempre he sido muy llorica, o muy sensible, depende de cómo se mire. Quería ser diferente y destacar, como destaca la gente que tiene un don. Tenía ansias de crear y era demasiado inconformista. Muchas veces contradictoria, y se volvía loco cualquiera que estuviera a mi lado. Y sobre todo tú. Y aun así, aquí sigues, a mi lado. Hace mucho tiempo leí que antes las cosas se arreglaban, y no se tiraban a la basura. Por eso seguimos aquí, porque hemos sabido encajar los fallos y remendar los errores. Hemos aprendido a no desistir. Y qué más decirte, si es que cuando dos personas están destinadas a amarse, ya puede venir quien sea, que aquí siguen los cimientos intactos después de tantos años.