para Diario Perfil
La serie de relatos Experimentos con seres humanoscomienza con un niño llamado Lucas que dibuja esvásticas en los cuadernos del Liceo e imagina la muerte sucesiva de la humanidad empezando por su madre. Muertes limpias, sin cadáveres, pero bajo sus cruces nazis. Lucas vive en Los Juncales, un pueblo de la pampa gringa compuesto por familias de inmigrantes (Piamonteses, Judíos, Alemanes, etc…) y sus genealogías (incluso bastardas) respiran y se mueven como si ninguna de sus piezas pudiera forjar identidad sin la “enemiga”. La interrelación entre estos organismos se llama sociedad; pero la historia del mundo se empecina en depositar los grandes cambios humanos en los individuos. Y este libro termina siendo (a pesar de tratarse de relatos) una novela sobre (a pesar de la sociedad) individuos. Este juego de encastres muestra los destinos de los integrantes de entre otras, la familia Staub, la de Lucas, quien con su hermano rastrea un enigma sanguíneo, un puzzle maltrecho cuyas ausencias no representan perlas sino souvenires de lástima y mutilación. Por supuesto aparece la Historia, la Geografía, los personajes reales que la compusieron y lo que hace falta para un marco de realismo, brutalidad: “Éramos rubios de ojos claros en un pueblo donde el cincuenta por ciento de los habitantes eran rubios de ojos claros y donde se consideraba oscura a cualquier persona que permaneciera demasiado tiempo a la sombra. Negro y basta, decían los Staub.” El proyecto Apollo es recurrente. El alunizaje, y la figura de la Luna como una especie de Big Brother a quien descifrar, ejercita cierta alegoría fantasmal en el legado de la prima con historia triste. Lucas y su prima compartían pequeños “experimentos con seres humanos”. La adolescente se convirtió en recuerdo y su legado fueron algunos manuscritos donde se nomenclan once tesis sobre el satélite terrestre. Una de ellas, la séptima, podría definir a la novela de Schilling: dice que la Luna se parece a una sala donde alguien estuvo pensando.