Revista Talentos

Algunas maneras de morir en Palermo

Publicado el 27 agosto 2015 por Pablo Ferreiro @pablinferreiro

Tercer Muerte

Algunas maneras de morir en PalermoLa vejez a veces es dura, y que lo diga Cosme sino. Perdió a la vieja casi sin querer o sin enterarse, se le fue extinguiendo mientras él jugaba al truco en el club. Algunos familiares en el responso quedaron en que tenían que quedar, algún que otro pibe chusmeaba el teléfono, no mucha gente, hubo que pedirle a uno que estaba por ahí para completar las 6 manijas del cajón.

Las apariciones de Cosme fueron disminuyendo exponencialmente al crecimiento de los restaurantes, negocios de maquillaje de mascotas y otras extravagancias. Los pocos lugares que frecuentaba, el taller, la ferretería, el club, el privado de Costa Rica y Juan B justo, no lo contaron más entre sus filas, tampoco lo extrañaron tanto. En su etapa vegetativa casera,  la comida y otros materiales necesarios para supervivencia como la yerba mate, le llegaban por un muchacho que lo conocía de cuando trabajaban en un taller mecánico lleno de putas en carteles y personajes impresentables. El mismo muchacho le acercaba imparciales, revistas y le hacía los trámites de la jubilaciòn. El pibe era como un hijo que Cosme no había tenido aunque se había encamado varias veces con su madre.  

El aseo se había convertido en un enemigo declarado,  la casa se llenaba poco a poco de olor a viejo sucio consecuentemente, este tal vez sea, junto con el olor a perro mojado una de las fragancias más nauseabundas que el hombre blanco haya conocido. Algo a favor de Cosme, quien hasta este momento es un hombre detestable, es su habilidad para mantener plantas vivas, unas alegrìas del hogar sobrevivieron durante años en el cantero, siendo que la esperanza de vida de este espécimen es , al cuidado de cualquier mortal, una semana.

La psicosis del encierro le llevò a ignorar timbrazos, golpes de palma y golpeteos en la puerta, un poco por miedo otro por pereza. Tampoco es que fuera tanta gente, bien sabido es que los testigos de Jehovà han desistido hace tiempo de salvar almas en el barrio. Hasta que un día comenzó a darse un hecho imposible de pasar por alto, con precisión suiza, todos los dìas, a las 10:30 , un señor obeso, de traje, tupe y  pañuelo transpirado, se paraba en la puerta y pegaba el dedo al timbre durante 30 minutos, ante la falta de respuesta se retiraba.  

Algunos dicen que con la edad uno va perdiendo la capacidad de asombro o la curiosidad, sin embargo no estoy de acuerdo, he visto miles viejos cambiar su sexualidad  o husmear accidentes, es más creo que la mayoría no hace otra cosa. Cosme empezó al cuarto día a vigilar cada movimiento del gordo desde una ventanita. En realidad no habia más movimiento que el dedo pegado y gotas de sudor cayendo de la frente del tipo desagradable.Al séptimo día, el momento de la llegada del gordo era esperado con ansiedad por el viejo  quien se sintió tentado de tirarle papelitos o cosas desde su escondrijo. Notó que el gordo no se cambiaba mucho de ropa, elucubró sobre quien podría ser: un loco, un hijo bastardo, un cobrador.  Mantuvo en secreto su ritual ante el muchacho que le hacía las compras quien se fue cansando de su extrema parquedad y fue dejando de ir a la casa. Mientras, Cosme, mascullaba el plan perfecto para aparecer ante el gordo, saboreó una aventura, se sintió vivo.

Decidido a enfrentarlo, un domingo se afeito la barba, engominó las canas y esperó la aparición del hombre, que justamente ese día decidió no continuar con su ritual. Cosme se quedó en la puerta sentado un largo rato pispeando para los costados como quien espera que el colectivo venga mas rápido porque se lo está vigilando. A las 10:59, justo cuando el viejo estaba por volver a entrar se le colaron velozmente 10 latinos a los empujones, el gordo aprovechó su caída y cobardemente de atrás le clavó un cuchillo en la carne de puchero. El cuerpo no volvió a aparecer y hoy en día, pasados 5 años del asunto el gordo sigue cobrando alquiler a los sudacas que se multiplicaron por 3 dentro de la casa que ya no cuenta con las alegrías del hogar de antaño.

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