Nunca he tragado a Madonna, mucho menos por su “Don`t cry for me Argentina”, pero esta balada, con sus guitarras españolas, hacía una grata excepción en mi esmirriado y maltrecho bagaje musical, y así por muchos años, hasta que una desconocida del Mediterráneo vino a sabotear mi preferencia por la versión original. Hablo de Alizée, una trigueña originaria de Córcega (1984), muchacha de cuerpo frágil, ojos enormes y pícaros, la coleta y el mechón de pelos que le cruza la frente le dan esa apariencia de lolita tardía.
Comienzan suavemente los acordes de “la isla bonita”, ella baila lánguidamente sobre el escenario, mirando provocativamente a la cámara, transcurren los minutos-pausa desesperante al ritmo de los gritos del público enfervorecido- ella gira sobre sí misma con un movimiento de caderas que sabe a embriagadora eternidad.
El vaivén de sus movimientos provoca un corto circuito del tiempo (no es lascivia, es arrobamiento, siesta para el espíritu, es éxtasis en estado puro).
¡A sus pies, isleña bonita!