Piénsatelo dos veces antes de irte de aventura por esos lares, amigo. Porque para caminar por algunos tramos de dolores hay que ser más que un alpinista preparado. Sortear cada uno de esos recovecos que fácil te pueden llevar a una gran llorera (la más, más grande) o intentar no caer por el terraplén de la angustia, de donde pocos han conseguido salir con vida y ha sido mediomuertos, es una ardua tarea si no estás acostumbrado a caminar entre ríos de sangre de las heridas del alma. Si no estás bien entrenado, puedes distinguir las flores de la desilusión con las más bonitas amapolas, y una vez que las huelas todo tu interior se volverá oscuro y negro, sólo querrás que llueva y no sabrás encontrarle el encanto a esa calma que hay siempre justo antes de la tormenta. Y cuando vuelvas a casa de tu expedición, y quieras ver una película en technicolor, sólo verás fotogramas en blanco y negro, sin guión, sin trama, sin, por supuesto, un final feliz.