LAS PALABRAS DEL DEMIURGO
La palabra poética de Alfredo Rodríguez surge con la transparencia de quien ha sometido el idioma a un proceso de depuración y sus versos bien medidos tienen el ritmo y la musicalidad de quien posee buen oído. Entre ellos abundan los endecasílabos, heptasílabos y alejandrinos. Sus metáforas e imágenes tienen la belleza original y deslumbrante de quien se toma la poesía muy en serio. Sus muy trabajados textos, de extensión breve y mediana, nunca extensos, parecen hilvanados con la precisión del orfebre o del alquimista. Estamos ante un poeta que se remonta a los orígenes, que indaga en el nacimiento último de la palabra poética y sucumbe ante la luz cegadora de la belleza, la cual hace coincidir con un alumbramiento espiritual. Pues, en efecto, Alquimia ha de ser es libro que encierra una gran preocupación espiritual, dicho esto en sentido amplio y muy lejos del raquitismo al que algunos parecen querer reducir el concepto. El sentido reduccionista a que aludo queda aquí superado por la incursión en territorios de diversas religiones, filosofías, literaturas y culturas en general. Si acaso, podría decirse que ese sentimiento de búsqueda espiritual es tan abierto que limita con la heterodoxia. No faltan los guiños a poetas como don Francisco de Quevedo y a su soneto "Amor constante más allá de la muerte" (así lo nombró Dámaso Alonso, que no Quevedo): ""El desprecio al dolor y el desprecio a la muerte/ como todas las cosas/ vanas, urgía sus preparativos,/ porque era en la memoria en donde ardía" (p. 50).
Remontándose a los orígenes del saber, el poeta se adentra en el misterio y en la magia de la palabra poética, sintiéndose heredero de una remota tradición cultural a través de la cual sus antepasados buscaron en el conocimiento la fuente de eternidad equiparándose a los dioses. Discurso, pues, el suyo para iniciados e iluminados que vengan a dejarse llevar por las aguas primigenias de un bautismo que inicia a los hombres en el sendero del saber, del encuentro consigo mismos y de la felicidad, en suma. Conocimiento y eternidad, saber y misterio, magia y estudio se dan la mano aquí en el lenguaje semiprofético en el que el poeta actúa como un médium. Merecer la poesía, merecer la palabra poética, adentrarse en el conocimiento parecen ser algunas de las claves; puesto que lenguaje y conocimiento están íntimamente vinculados.
Al lector, inmerso entre tantos poemas hermosos, le costará trabajo elegir el más significativo. Basten estos versos iniciales como prueba de cuanto afirmo: "Qué suerte el que de ti no se enamora,/ pues no tuvo señor a quien rendir sus cuentas,/ su azarosa vida con tal hechicero encanto/ que pudiera beberse en abundancia" (p. 19). Sin duda, nos encontramos ante un gran libro de poemas; si pequeño en formato, más grande en ambiciones.
José Antonio Sáez Fernándezblog LA MIRADA AUSENTE7 de Agosto de 2014