-Una de amores ocultos-
Te dije que iba a pasar esto. Aunque me podría haber pasado a mí, o mejor dicho te podría haber pasado a vos. Digo, esto de que la línea está muerta, de que en tu muro aparecen gratas despedidas, de que ya no estás más en ningún lado físico para decirme por audio y con voz ronca que soy tu Elsa Bornemann. Todos pueden ir a tu despedida menos yo que la última vez que te escuché fue porque te ibas a hacer un control de rutina, luego el silencio; el signo de interrogación y el desenlace. ¿Dónde quedaron las gotas de la lluvia pegada al parabrisas de tu auto mientras me amabas? Te dije que la peor distancia es la no despedida. ¿Qué hago yo con esta carta de amor si no puedo entregarla, o al menos narrarla con una opereta de fondo, o con alguna de esas cosas lacrimógenas que de tanto en tanto se te daba por escuchar?
Te dije, cuando me mirabas mojar el dedo de mi mano para pasar la hoja del libro, que te amaba; aunque supiese que tenía que renunciar al último día, a la última cena, a la despedida, a una foto juntos y al grito desmedido de un amor sin propiedad ni usufructo; pero también te dije que dolía como la puta madre. ¿Qué hacer ahora con todo lo que junté este año, entre viajes y expediciones, y que iba guardando en la mochila azul que intercambiamos cada seis meses; con dulces, poesías, recortes, remeras, hojas garabateadas con tu nombre, partituras alocadas de música psicodélica que nadie tocará? Te dije, con tu saliva en mi boca, con mis lágrimas en tu mejilla, que si alguien iba a seguir en pie de guerra, esperando otras vidas, iba a ser yo.
¿Qué hacer ahora, con este amor, si ya no tengo más palabras para expresarlo, ahora que no leés ni los títulos ni los finales que tenía preparados para nosotros?
Te dije del alto costo de vivir toda la vida escondiéndonos como malditos delincuentes. Cadena perpetua para mí, alta guillotina para vos.
Patricia Lohin
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