Hace mucho tiempo, escuché a alguien decir que las cosas más maravillosas de la vida siempre suceden de madrugada. En esas horas indefinidas, en las que nunca se sabe si es demasiado pronto o demasiado tarde, en las que es casi imposible adivinar si la gente viene o se va. Esa misma persona me aseguró que si algún día se produce una revolución que cambie el curso de la historia, ésta se producirá de madrugada. Una revolución silenciosa, en la que las multitudes tomarán la calle en pijama, y en la que los sueños actuarán como improvisada barricada contra la represión.
Desde entonces he tenido la esperanza de experimentar con la atávica magia de la madrugada. Y debo reconocer que su mera presencia inquieta. En el momento de escribir estos renglones, la única compañía que me queda es la del silencio total, sólo interrumpido por el mecánico sonido de las teclas. De no ser por ellas, juraría que me encuentro en el vacío más absoluto, sumergido en una especie de líquido denso. Un feto, el de la realidad, flotando en el líquido amniótico de lo irreal. La madrugada. El momento en el que el cielo es totalmente negro, donde todavía no se adivina la pálida claridad que precede al amanecer. El momento en el que el día no existe. En el que no parece existir ni siquiera la idea de día. Como si el día perteneciera a un pasado remoto, como si fuera patrimonio de antiguas tribus ya desaparecidas. Parecería que el Sol sólo existe en las pinturas rupestres de los primeros moradores de nuestro planeta, que se extinguió hace muchísimo tiempo. O, como mucho, que se mantiene secuestrado en algún lugar detrás de la negra cortina celeste.
Aguzo el oído pero sigo topándome con el silencio. Tanta tranquilidad me inquieta, se parece a una extraña versión de la muerte. Quizá la muerte no sea más que eso, estar atrapado bajo el infinito manto de las horas de la noche. En la madrugada, el tiempo no transcurre de la misma forma. Los minutos son más largos, se pueden abarcar con la mirada. Desfilan como un grupo de niños que cruza un semáforo ante la puerta de un colegio. En fila de a uno y cogidos de la mano. En la madrugada todo es posible. Es el momento en el que todas las criaturas existidas e imaginadas se saltan a la torera las leyes de la Naturaleza. Si me concentro bien, puedo escuchar el sonido de unos zapatos que andan solos por la acera. A su propio ritmo, sin una pierna que los guíe. Adelantándose el uno al otro, o corriendo en paralelo. También escucho una lejana sirena de ambulancia, que se mueve sin prisas. O el silbido de algún tipo de ser entre las ramas de los sauces. Y también puedo ver. En la madrugada veo al gallo que canta el alba jugar una partida de cartas con la Luna. Por lo que parece, lleva todas las de perder. Tal vez, si no gana esta mano mañana no habrá amanecer. La luna parece serena, confiada en su victoria. Fuma un largo puro habano, y tira la ceniza sobre el mar, convertido en una infinita superficie de papel de aluminio, inmóvil, acechante. En su interior puedo imaginar un festín de criaturas variopintas, danzando aquí y allá y celebrando que la madrugada defiende su trono.
En la madrugada, las personas no son como durante el día. Son más personas y menos personajes. Las máscaras se reblandecen, se derriten como cera caliente. En la madrugada es imposible mentir, se ve tanto en el borracho que canta sus penas abrazado a una farola como en la pareja que baila el mambo en el asiento de atrás de un coche. Un te quiero en la madrugada es siempre un te quiero, nunca un quizá te quiero. En la madrugada no existe el quizá, ni el tal vez. Sólo el siempre, y el ojalá. En la madrugada las palabras adquieren su verdadero significado, y es imposible huir de ellas.
En la madrugada, los animales heridos se lamen sus cicatrices. Y los corazones valientes se cuelgan del cuello de las nubes. En la madrugada, tu pelo mojado es mi clavo ardiendo. Pero dura poco. El tiempo ya es historia, y el amanecer es el fin de las coartadas. Sin embargo, la imparable danza de la madrugada reserva otro pase para mañana mismo, en el mismo sitio a la misma hora. Si aún nos queda otra oportunidad, aprovechémosla.