Tardaste en llegar pero viniste rápido. Anunciabas con tu forma de nacer parte de la forma de ser que tendrías. Todo ha sido más fácil contigo. Por la tranquilidad y serenidad que trasmites y porque yo me relaciono contigo con más seguridad, con más certeza, como sabiendo, con más precisión, qué teclas tocar para que suene una música acompasada.
La cama de hospital seguía siendo incómoda pero, contigo encima, todo era más llevadero y, aunque la experiencia volvía a ser como un huracán que desordenaba mis hormonas y neuronas, ahora sentía menos ansiedad.
Te he disfrutado desde el primer día. En pleno diciembre, una pequeña habitación soleada se convertía en un refugio para nuestras pieles. Mi cuerpo volvía a cobrar sentido, contigo afuera. Mi respiración te tranquilizaba, mi sangre te calentaba y mi pecho te alimentaba. Volví a ser un animal. Regresaron mis instintos primarios. Respiré hondo. Fui feliz.
El milagro de la vida volvía a hacerse realidad contigo. Y me emocioné muchas veces viendo cómo tu hermana te besaba demasiado sonoramente, te acariciaba demasiado fuertemente, te abrazaba demasiado axfisiadoramente. Y yo la dejaba, con todos sus demasiados, porque sus ojos estaban llenos de ilusión inocente y cariño absoluto. Vosotras, las dos, me enseñáis una nueva dimensión del amor. Os veo jugando, riendo o durmiendo y me cuesta creer que hubiera vida antes de vosotras, en la que yo ni siquiera imaginaba la felicidad que me esperaría.
Hoy cumples un año. Te he dejado durmiendo esta mañana en mi cama y no te veré hasta que llegue la noche. Quisiera pasar más tiempo a tu lado, ser quien te recoja en tus primeras caídas y la destinataria de tus primeras palabras. Me esforzaré por ser una madre de la que sentirte orgullosa, a pesar del ritmo que llevamos de amantes nocturnos que duermen abrazados.
Felicidades y gracias por llegar cuando más te necesitábamos, amada Julia.