El sol despuntó con olor a pan fresco
mientras las nubes leudaban dispersas,
generando tonos y matices sobre los tejados.
La tierra asfixiada bajo el canto rodado
murmuraba una plegaria para germinar la semilla
aprisionada entre dos piedras.
Y ella, vestida de canela y trigo,
sin escuchar los canticos de la tierra a los dioses,
se enamoró del viento y huyó con él.
Amor sin fundamento
que despuntó el vicio del abandono
en un patio desierto de primaveras donde fue arrojada.
Y allí, bajo la eternidad del atardecer,
la bendición del rocío y el cobijo de la hiedra,
cumplieron las plegarias de la tierra aprisionada
bajo el cielo del canto rodado.