que estaba a la vuelta de la esquina.
Salí a pasear y a caminar un poquito.
Caían unas gotas de lluvia, que se agradecían,mientras resbalaban del cielo
para besar las mejillas.
Hoy no vi mariposas ni pude saludarlas,
aunque había otras, que eran las hojas de los árboles,que volaban y caían a mis pies
con ese tono dorado y ocre del otoño.
Pasé entre ellas y las fui sonriendo
mientras pensaba en ti,
en tu nombre,
en el mar cercano y lejano
y hasta pensé en Salamanca.
Recuerdo que un día el mar abrió sus olas
y me dejó caminar por entre ellasen una playa preciosa e interminable.
Entré y caminé, con mis sueños y fantasía,
por aquel mundo mágico de las hadas.En él vi a los peces que, como en una enorme pecera,
me saludaban al pasar;
luego me detuve un rato con las sirenas
que tropezaba en el camino
y me contaban leyendas y relatos
de viejos marinos,
de viajes y de amores en las dunas
de la playa.
Fue un rato muy agradable
y pensé en dos niños, en su infancia,
caminando juntos y sorteando los pozos
que el mar había dejado entre la arena,
y aspirando el salitre y el yodo del mar,
que les llegaba con su aroma.
Cuando regresé y volví a casa
abrí los ojos nuevamente.La playa había desaparecido
y las olas solamente eran recuerdo.
Miré a ver si entre la lluvia que caía
veía alguna mariposa
pero solo el viento, invisible,
daba muestras de estar cerca, con su abrazo,
y sus caricias
para emular a la lluvia con sus besos.
Rafael Sánchez Ortega ©
10/11/18