Entre vosotras,
amapolas más rojas que la sangre,
pasean mis pies, que no mi alma.
Esta, brillante y viva,
partió en busca de un sueño,
de una esperanza,
de un aliento inacabado,
de un momento de calma.
Ojos cansados de buscar os admiran,
vívidas en este campo
que huele a primavera.
Vuestro verdor, vuestro frescor,
vuestra mullida caricia.
Paz.
Dadme paz, suave y granate.
Inundad de calma este instante.
Efímero y no pido más
que ese segundo sosegado,
sutil pero eterno, como vosotras,
que estáis hoy y mañana,
y marchitas ya, partís a mi memoria
Inspiro.
Miro el cielo.
Busco entre el azul una señal.
Miro el suelo, os saludo.
Contestáis con la brisa,
moviendo vuestros frágiles tallos
como si fueran sonrisas verdes
de esperanza.
Aún el campo brilla en rocío
y aún sueño,
después de tanta tristeza derramada.
Gracias,
hermanas,
amigas,
compañeras de viaje,
gracias.
Por acariciarme con vuestra roja sangre
y darme esperanza.