Revista Diario

Amar a un genio.

Publicado el 29 julio 2011 por Eternalolita

 En los años en que me permitió estar a su lado, aprendí una gran lección: Amar a un genio es como amar a un semidiós. Admiras su divinidad hasta tal punto que crees poder divisar el paraíso en cada una de sus acciones. Sin embargo, nunca le llegas a comprender del todo.
 A veces pienso que este tipo de persona debería proporcionar a los incautos seres humanos que se acercaran a ellos con la ingenua idea de amarlos para siempre, una especie de manual de instrucciones, una guía del comportamiento de los genios, que les ayudara a saber como actuar en el pedregoso y largo camino que les aguarda. Me gusta pensar que a ellos tampoco les divierte esta situación, o al menos, no en demasía, ya que al fin y al cabo son ellos los incomprendidos. Pero… ¿Qué hacer ante el comportamiento impredecible, ante el carácter inestable de un genio? ¿Cómo aceptar su complicada personalidad, sin juzgarlos de egoístas y crueles? ¿Cómo respetar más la importancia de su genialidad que a ti misma? Sabes que nunca podrás depositar tu confianza en él, que tu situación a su lado dependerá de la ambivalencia de su enmarañado cúmulo de sentimientos e ideas. Estarás ahí, sí, pero en un nimio segundo o incluso tercer plano al que acudirá bajo la demanda de su ya de por si henchida vanidad o en las casi inexistentes caídas en las que podrá atisbar un rastro de su condición humana.
 Es difícil amar a un genio de forma sana. La incomprensión puede que te lleve a verle como una especie de Doctor Jeckyll y Mr. Hyde . Entonces, solo te quedaran dos opciones. Puedes dejarte llevar por el dolor, sentirte encerrada en una habitación oscura, sin puertas, sin ventanas, sin posibilidad de salir y cuya única luz sería la escasa piedad que él llegara a sentir bajo la gran coraza de irrealidad que le separa del resto del mundo. O puedes luchar, volverte fría, sibilina, distante, hasta que él mismo se vea reflejado en su creación, en ti, cual retrato de Dorian Gray y te juzgue mala y perversa, y se juzgue malo y perverso, y te odie y se odie más a si mismo... Elijas la opción que elijas, te dejaras atrapar dócilmente por sus garras en cuanto ellas vuelvan a reclamarte y pensarás que, a pesar de todo, eres la única culpable. Sabías a lo que te enfrentabas y no te importó. Los pocos segundos en que los latidos de su corazón te acercan a su ilusorio edén de matices dorados hacen que merezca le pena vivir bajo su influjo.

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