La noche anterior la tomé en mis brazos, y no la solté. Nos acurrucamos en la alfombra mientras nos besábamos, mientras nos amábamos. La tenue luz de la habitación hacía romántico el momento, con el suave sonido de una balada. Los pétalos de rosa esparcida por la habitación y las copas de champán eran perfectos. La noche perfecta con la mujer ideal. Nos amamos hasta cansarnos, y después del amor nos quedamos en la cama mirando el techo y pensando. Nos manteníamos tapados, un poco alejados. La miré algo cansado y ella cerró los ojos. Me pegué a su cuerpo y le acaricié los brazos, murmuró que me amaba. Y le contesté con un beso. Abrió sus ojos. Tocó mi pecho y echó a llorar mientras seguíamos besándonos. Rosé su cintura y ella me pegó a su pecho. Nos amamos de nuevo y dormimos tranquilos. Estábamos cansados por lo de la noche y por la boda de ese día.
Desperté y ella seguía durmiendo tranquila. La abracé y le obsequié un beso en la frente. Ella despertó, un poco despeinada, susurrando que nunca olvidaría esa noche y que, con motivo, me iba amar para siempre. Me costó creerle pero, sin embargo, lo hice sin saber que tres años después ella se iría de mi vida. Se iría con Raúl, el del buen cuerpo, dejando en ausencia de un padre a nuestro hijo Carlos. Y la besé con pasión y ella me besó también. Nos levantamos, nos cambiamos y salimos del cuarto. Nos despedimos y quedamos en encontrarnos.
Llegó la noche y ahí estaba de nuevo, toda ella, toda una mujer y toda una tentadora. Nos sentamos y hablamos, lloramos recordando. Y dormimos de nuevo, juntos.