Y sin embargo nada era tan pesado, nada era tan oscuro como su propia conciencia. Después de haberla matado que le quedaba. Un vacio infinito, nada de culpa pero una conciencia asquerosa. El suelo estaba húmedo teñido aún de su sangre cuando entró el policía.
- Sí, he sido yo.
Descargó su arma incompresiblemente sobre el cadáver y a mí me dio lo mismo. Ya no estabas y aquel idiota parecía haberse equivocado de planeta.
- Perdón, son los nervios. ¡Manos arriba!
Se giró violentamente hacía mi encañonándome. Yo sabía que no le quedaba munición, él no. Su incompetencia era más grande que la mía propia que había sobrevivido al episodio más triste de mi vida, tu muerte. Me dirigí hacia él sin ningún temor, él disparó y no pasó nada. Retrocedió y yo avance. El mundo al revés, pensé. Estaba cansado y aquello era demasiado. Lo aparté y pasé sobre tu cadáver sin ni siquiera mirarte. La puerta crujió al verme engulléndome entre su marco.
- No se mueva, repetía incansable el idiota persiguiéndome.
Seguí mi camino pegándole un puñetazo en la cara, justo en la nariz. Bendita puntería, pensé. Su cuerpo inerte cayó a mi lado y a mí me dio igual también. Solo pensaba en ti y en lo felices que habíamos sido, en lo felices que podíamos haber seguido siendo si no te hubieses empeñado en joderlo todo. En la calle no había nadie y el frio aplacaba mi pesada y oscura conciencia. Necesitaba un trago para quitarme la amargura de tu ausencia. Todo había cambiado. Me di media vuelta y volví a casa. Ya no estabas y él tampoco. Avance deprisa por el pasillo tropezando con tu colección de jarritos “del mundo” buscando una explicación. Oí jadeos y me quedé parado en seco detrás de la puerta de nuestro dormitorio. No puede ser. Seguía oyéndote gemir, gritar de placer mientras imaginaba tu cuerpo sobre el mío moviéndose violentamente cargado de pasión. Abrí la puerta con furia y allí estábamos sobre la cama penetrando el tiempo, con el vaivén mojado del amor eterno resbalando por tu vientre y el mío. Cerré de golpe la puerta verdaderamente asustado acordándome de ti en el suelo inundada en sangre y del idiota mirándome desde el suelo con la cabeza torcida. Desperté con unas palpitaciones de morirme totalmente exhausto. Acababa de eyacular y tú seguías durmiendo a mi lado. Tenemos que hacer más a menudo el amor pensé mientras abrazaba tu cuerpo cálido que inconsciente rechazaba el calor de la pasión ya apagada del mío.