Revista Diario

Amor maternal

Publicado el 12 junio 2014 por Colo Villén @Coliflorchita
Se me había olvidado el contacto continuo y placentero que supone criar a tu bebé. Sostenerla día y noche, con brazos y miradas, con esos lazos invisibles y fuertes que son también las emociones.
Se me había olvidado ese olor a vida, ese cuerpo frágil y cálido, la euforia y dicha absoluta de parir a una hija, cuando todo se resume a ese primer abrazo. Cuando todo, TODO, cobró sentido mágicamente por segunda vez en mi vida.
Se me había olvidado la textura del calostro, los pechos rebosantes a merced, el golpe de leche en los primeros agarres. La boca pequeña otorgando lecciones de supervivencia, mostrándole al mundo cuán sabios somos y qué poco nos valoramos en esencia. Maravilla por Naturaleza.
Se me había olvidado el amor con el que se alimenta mediante el cuerpo. Lo gozoso que resulta descubrirte de nuevo entre instintos, dejando hacer, a su vez, a esa criatura recién nacida también. ¡Y qué gran instinto tienes, hija mía! Cuánto estoy disfrutando y aprendiendo de ti, acerca de la confianza, de lo real, de la verdad.
Se me habían olvidado las posturas imposibles del inicio. El plantarte sentada en la cama casi de cualquier manera con esa criatura entre los brazos, asida a tu pecho. Ese instante en el que debes elegir entre correr el riesgo de despertarla o sacrificar tu espalda, tu cuello o vete a saber el nombre del músculo que te grita. Cediendo al cansancio, mañana será otro día y todo está bien.
Se me había olvidado la risita de cascabeles que armoniza el hogar, abstrayéndonos de lo cotidiano, para hacernos sonreír a los tres con sólo cruzar las miradas. Recordándonos, en ese amable gesto, la nueva situación familiar. Enseñándonos a leer en su risa la alegría de estar vivos, la simplicidad de las cosas y lo afortunados que somos al tenernos. 
Se me había olvidado eso de tender el reloj al sol, cómo se difuminan las horas, cómo se desdibuja el concepto estructurado que manejamos del tiempo, cuando te encuentras sumergida en tu pequeña cría. Cuando todo se vuelve presencia, presente, y los instantes en realidad no pasan, se viven. Cuando todo se reduce a miradas, contacto, cuerpo, intercambio, entrega, sostén.
Se me había olvidado como hierven las emociones, cuán intensas se muestran, cómo se van abriendo caminos para invitarte a transitarlos. Cómo de pronto te das cuenta de que vuelves a mudar la piel y se va acumulando una pila de ropa por ventilar o desechar (sí, tal vez mejor, que quizá convenga aprovechar la  determinación con la que una sabe discernir en estos momentos) en la butaca de la memoria o el baúl de los asuntos pendientes.
Se me había olvidado el amor tan inmenso que se siente hacia tu compañero, hacia el padre de ese ser maravilloso que concebisteis. Que es una parte de él y otra tuya, y sin embargo no nos pertenece a ninguno. Ese amor, que andaba escondido en algún rinconcito cogiendo impulso para este momento y ahora se viste de un blanco brillante. Y se torna miradas. Y susurros. Y caricias. Y deseo.
Y no son olvidos descuidados, por muy olvidadiza que una pudiera ser. Es que hay cosas que están hechas para ser vividas intensamente y no para recordadas.

Amor maternal

J. y yo 



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