Parecen conchas que asoman en la orilla turbia del mar. Eso serían si el parpadeo del tubo de luz no revelara que solamente son platos sucios en la cocina. Como aquellos jeans que en la sala oscura dibujan la forma del sillón, cual serpientes que esbozan el contorno de la piedra por la que reptan, son restos apenas, sobras del día que dejamos a los ruidos que habitarán la casa durante la madrugada.
Cambia las cosas el cieno alucinógeno de la noche. Incluso tu cuerpo, que duerme, es otro mientras fumo. En él está la que fuiste, la que dejó su huella sobre el olvido de la arena, la que en un cuarto de hotel del barrio Gótico entendió el roce de mi mano sobre su rostro —día de asombro y de Rambla ocupada por vendedores de cerveza que ahora cae, como el punto de luz de mi cigarrillo, a una calle de nombre incierto.Eres otra desde entonces. La mujer que ahora, incómoda por el calor, gira perezosamente en la cama, y que cuando llegue la mañana dejará su perfume para que retrase su ausencia, mientras en la cocina, o el mar, los ruidos nada habrán dejado de esta noche durante la cual miro la vida que pasa temblando, allá abajo, en la calle, en una risa de mujer