“El tiempo transcurría de la forma más deliciosa, entre muestras de mutua amistad y votos de amor inalterable, sentimientos que nunca se veían interrumpidos por la llegada de desagradables visitantes, pues Augustus y Sophia habían tenido buen cuidado en, al llegar por primera vez a aquel vecindario, informar a las familias de los alrededores de que, como su felicidad se centraba totalmente en ellos mismos, no deseaban otro tipo de relaciones.” (Amor y Amistad) Se ve perfectamente en estos inicios la pluma afilada de la escritora. En algunos de ellos es evidente su juventud, pero también la poca contaminación de su discurso, de manera que expone abiertamente y sin tapujos el desprecio que le producen un tipo de personajes habituales de su época. Satiriza el comportamiento absurdo y mezquino de algunos de sus contemporáneos y puede llegar a parecer cruel al mostrar sus debilidades.
“Se trata de un hombre bastante mayor, de unos treinta y dos años, muy feo, tan feo que apenas puedo soportar mirarlo. Es bastante desagradable y le odio más que a cualquier otra persona en el mundo. Tiene una fortuna enorme y se propone poner muchos bienes a mi nombre en el contrato prenupcial, pero... goza de muy buena salud. En resumen, no sé qué hacer. Si le rechazo, tan verdad como que me lo dijo, pedirá en matrimonio a Sophia, y si ella le rechaza, a Georgiana, y no podría soportar ver casadas antes que yo a ninguna de las dos. Si le acepto, sé que seré una desgraciada el resto de mi vida, porque tiene un temperamento terrible, es irritable, extremadamente celoso y tan tacaño, que vivir a su lado no es vivir.” (Las tres hermanas) Empezaba a despuntar la enorme personalidad de aquella joven escritora que supo mostrar la debilidad de una sociedad caduca, a través de historias, aparentemente insustanciales, en las que situaba el foco sobre la obligatoria debilidad de la mujer, la caballeresca presunción del hombre y un sistema de subsistencia económica basado en el matrimonio de conveniencia. “—Es decir, todo el mundo que tenía un compromiso con ellos. Pero ¿llamaría usted afortunada a una niña inteligente y sensible, que es enviada a Bengala a la búsqueda de un marido, que se casa allí con un hombre cuya personalidad no tiene tiempo de juzgar, hasta que su juicio ya no le sirve de nada, y que puede ser un tirano o un loco, o ambas cosas, porque nada parece indicarle lo contrario? ¿Llamaría a eso buena suerte?” (Catharine, o El Cenador)