Por: Alberto González Rivero.
La historia me la contó un descendiente de chinos, cercano a mi familia, llamado Jorge Wong, maestro de profesión y pianista aficionado.
Mientras mi hermana Lázara lo acompañaba sobre el teclado, Jorge se acordaba de la historia de su coterráneo Pedro Guida Pérez y lo veía ensimismado en la ópera El trovador…
En ese efluvio me llevó hasta el París de entre guerras, cuando el saxofonista y compositor alterna en escenario galo con los Hermanos Palau y la Orquesta de Moisés Simons, el autor de “El manisero”, pregoneros de la música cubana que hacían que el público tarareara un ritmo tan criollo en la exclusiva plaza.
Cuando Mariana de Gotnich Justikaya me recibió en su casa, ubicada en la calle Santos Suárez, en La Habana, esos ojos azules y ese donaire me adelantaron el por- qué Pedro se quedó cautivado con la diva, la “Gran Eloille” de la ópera de París. La nieta del último Zar ruso había nacido en San Petesburgo el 5 de febrero de l900.
El sagüero ensayaba en la mente cada vez que pasaba por las calles y por toda esa reliquia histórica que es la capital francesa, inspirado a orillas del Sena, pues debía conquistar a la atracción de la platea con un solo de saxofón. Veía a la soprano dramática interpretando el aria de Aída, la esclava, su personaje favorito en la obra de Giuseppe Verdi.
El tenor Hugo Oslé, biógrafo de Mariana, me confiesa que ellos se ven por primera vez en un teatro cercano a los Campos Elíseos .Pedro quería elogiar a la que había recibido clases de canto de Ana Pavlova y de la soprano Medea Figner.
La primera figura del Bel Canto no oculta su admiración por el testimonio que devela el amigo, pues Pedro le hizo un gesto a la salida del teatro, mientras que la diva accedía a los requiebros de aquel joven, un talentoso compositor y saxofonista de paso por la Ciudad Luz… sin que en la cortesía olvidara a la “Doña Ana y Margarita”, a la mujer que fue distinguida por el bajo Chaliapin y por el tenor francés Paul Leire…
Me parecía ver a la estrella de las temporadas wagnerianas en teatros de Viena, Berlín o Leizipg como si todavía estuviera flechada por su preferido “ Guillermo Tell”. No se le quitaba la emoción para decirme que Pedro vivía enamorado de sus orígenes en un pueblo de la antigua provincia de Las Villas.
Cuando esa dama alta y de piel muy blanca se balanceaba en las memorias de sus amores con Pedro Guida, a uno le parecía que le regalaba esas tonalidades que se oían en los teatros más selectos de la época
Y Hugo, albacea que se afana en conservar la memoria y el patrimonio de Mariana y de Pedro Guida, la recuerda cuando departió interpretaciones con Feodor Shaliapin, Marcel Jourré, Tito Achippa… o paseaba a través de la “cavallería rusticana”, de Wagner, o el “Tosca”, de Puccini…
Mariana llega a Cuba en el año 1940 del pasado siglo y decide radicarse con su esposo en La Habana. Ya se escuchaban también los preludios de la Segunda Guerra Mundial en el viejo continente. Yo creo que se emocionó cuando el tocadiscos reproducía la ópera “Don Geovanni, de Mozart, y la Gotnich se llevó algunas de las partituras de Pedro a esa zona cercana al sur de la garganta, para remontarse así a uno de sus vuelos líricos más hermosos: el de sacrificar su fama bien ganada por el amor, un romance que dejó anonadados a la prensa y a la cultura francesa de la época.
La Habana vive la intensidad poética de Mariana de Gonitch, la que en l945 crea la academia que lleva su nombre, situada en la calle San Lázaro, y en la que se formaron cantantes líricos como Esther Valdés y Alina Sánchez.
Cada vez que llega a mis oídos la ópera “Mascagni”, me acuerdo de Jorge Wong, el pianista de mi pueblo, el que me condujo por el teatro romántico de Mariana de Gotnich y el sagüero Pedro Guida, el cual estiraba la cuerda para verla llegar a los Campos Elíseos cuando encarnaba la Aída, como lo hizo en el Gran Teatro Liceo de Barcelona…