Revista Diario

Amores poco serios

Publicado el 11 julio 2010 por Julianotal @mundopario
Amores poco serios
10/07
Otra tarde en Parque Centenario. Me di cuenta de la necesidad de repetir la misma escena. Sorpresivamente, todo coincidía con el día anterior, como si el decorado natural fuera de un sit com. Otra vez los patos, el mismo banco y, a metros del mismo, el sorete (aunque para ser verosímil con el relato, al parecer mucha gente se llenó de suerte ya que el excremento carecía de forma y estaba bastante estropeado). Sin embargo, algo había cambiado: mi necesidad. Si el día anterior lo hice para contemplar y a su vez enfrentar a fantasmas femeninos, esta vez sentí la necesidad de recrear el ambiente tal como había sido. Es decir, tentar a la casualidad encubierta que dicho sea de paso siempre es así, ya que uno (inconsciente o no) fuerza lo casual, con resultado exitoso o no. Esta vez, la secuencia se reiteró, apareciendo la escritora- vendedora. Ahora la miré con otros ojos porque había leído parte de su interior, lo que transformó la percepción de su imagen. Era Anahí, con los mismos dientes y su expresión bohemia. Parte de mí había tenido acceso a su intimidad, una conexión que sólo se alcanzan cuando se da un vínculo con una obra placentera. En los libros uno busca una imagen, una sensación conmovedora que brinde un sentido de pertenencia. Entonces, en este nuevo encuentro ya no éramos dos extraños: ella ya me reconocía (el mismo chiflado sentado en el mismo lugar de ayer) y yo a ella, descubriendo algo más allá de su aspecto, que no lo descartaba sino que lo incluía, encontrando así una belleza distinta: el alumbramiento de su aura o como se le llame a eso que supera lo meramente estético.
Ella volvió a ofrecerme otro libro de su autoría, mucho más extenso que contaba con una breve biografía suya en la contratapa. Admiré su joven trayectoria: era fundadora de la feria del libro independiente, etc. Era de esas mujeres que no buscan seguir el camino de todos, sino que lo recrea, lo acondiciona para sí. Coloca sus propias piedras dificultosas, y en eso radica la ventaja: conocer su ventura. Intercambié palabras con ellas, pero desde un ámbito poco común. Porque al leerla no pude evitar hablarle con respeto. Y aunque esa palabra suene formal, sentí eso. Al percibir los mismos nudos vitales, pensar por ejemplo “esto me pasó o me podría haber pasado”, se lleva a cabo un autentico contacto entre personas. No nos conocemos pero sentimos lo mismo, pasamos lo mismo. Sentir la identificación con el autor, aunque haya escrito para otro o bajo un objetivo incierto para nosotros se igual. Uno no se siente tan idiota, encuentra un código íntimo difícil de explicar sin parecer un loco. Días atrás, por ejemplo, fui al programa del Negro Dolina y me firmó un libro. Era “Lo que me costó el amor de Laura”, una obra hermosa y absurda como realmente es el amor. El Negro preguntó mi nombre, abrió el libro, pensó unos segundos y escribió algo relativo a la historia pero que tenía para mí un significado más profundo. “Julián: ¡son amores poco serios!”. Una dedicatoria arbitraria pero nunca más acorde a mi actualidad. Cuán cierto, maestro. Pero, ¡cómo evitarlo! Quizás creando mi propio camino como lo había hecho Anahí, sin que nadie me lleve de las narices. Aunque sea de una raza tan masoquista…

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