Tiene el rojo de labios corrido.
Sé que ha besado en el baño de este antro que huele a sudor, miedos y hastío. Sale con las mejillas ardiendo y una mirada vacía.
No sé a quién besaría ni qué y no me importa. Me gustan su boca y su carmín usados.
Ella es lo único vivo de este lugar. Yo no cuento. Morí hace mil años con un último beso.
Me dicen quienes me conocen que es tiempo de olvidar, de seguir adelante, de vivir. Me cansé de escuchar tanta gilipollez. Consejos de quienes no me conocen una puta mierda. Ellos aún besan los labios que aman.
Nos miramos. Mis ojos ven el vacío de los suyos y a esta distancia huelo sus besos. Sexo, nada más. ¿Qué buscas? ¿Lo mismo que yo? Porque si es así, tú también estás perdida.
Mi erección crece cuando se acerca. Puedo oler esa mezcla de carmín, soledad y semen cuando ya casi podría tocar su rostro.
Me dice su nombre, pero no lo he escuchado. Ahora solo tengo ojos para su boca. Una boca que llora con una sonrisa de niña triste.
Recuerdo haber andado este camino de la mano de la única mujer que quise. También la conocí llorando.
Repite su nombre. Sabe que no la escuché la primera vez que me lo dijo: Ana.
Se sienta a mi lado, saca un pañuelo del bolso y limpia el carmín de sus labios. El olor a sexo se evapora.
Sonrío.