Revista Talentos

Analía

Publicado el 11 diciembre 2015 por Pablo Ferreiro @pablinferreiro
Analía

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El psicólogo de Analìa la atendía dos veces por semana, el hartazgo de escucharla hablar era apaciguado por la guita contante y sonante que ella ponía. El diagnóstico de histeria fue inmediato, un poquito de fobia y grave enamoramiento del padre. Las amigas, treintañeras rendidas ante tipos sin remedio, le enrostraban bebés y vacaciones amorosas mientras decían que su problema era que era demasiado feminista. Analìa siempre pensó que sus amigas eran lo que eran y había que aceptarlas, prefería hablar de ellas para no hablar de su madre que cada tanto le quería encajar un bagarto y le hacía comentarios sobre la turgencia de sus tetas.
Más allá del feminismo, la histeria y la turgencia, Analìa siempre había sido muy exigente con los hombres, basta decir que descartó a un joven prometedor porque hizo maniobras de más al estacionar el auto.  Uno tras otro fueron pasando los pretendientes víctimas de rechazos banales, la morocha enrubiecida, de ojos verdes y cuerpo exuberante, actuando de esta manera se consiguió un ejército de hombres que la odiaban.
Todas las personas bellas suelen dejar el tendal de corazones rotos, vale aclarar que algunas de estas personas no saben que han roto un corazón ajeno ya que la timidez de algunos hombres  para acercarse y proclamar el amor las deja en la más completa ignorancia. Sin embargo Analìa provocaba la relación y terminaba con ella cuando se le cantaba. La maldad debe contar con suerte y ella no la tuvo, dos psicópatas:, Juan Stanley y Roberto Casapueblo, organizaron un ejército o grupo de auto ayuda donde se congregaron las ex parejas de Analìa.
La primera reunión fue  en un club de la calle Arévalo, donde como bien se puede suponer, el único espécimen parecido a algo femenino era Rita, la cocinera. Acudieron al convite diez tipos además de los organizadores. Hubo un incidente leve al comenzar  con un  colado que llegó pensando que era una reunión del partido humanista, sin embargo la cosa no pasó a mayores y lo dejaron quedar callado en un costadito. La charla  se organizó alrededor del momento  en el cual Analìa dejó a cada uno de los despechados.  Cada tipo hacía un relato descarnado mientras Stanley labraba un acta. Las razones más resonantes fueron: una legumbre atascada en un diente, exceso de cera capilar, comprar productos en supermercados de descuento, un pelo largo en la oreja, una mancha en la remera comiendo tallarines, no estar de acuerdo con la capacidad actoral de George Clooney, entre otras. Luego, un grupo pequeño abandonó, mientras que los demás se quedaron mintiéndose entre ellos sobre sus vidas.
La cosa fue tomando institucionalidad, se pusieron nombre, fechas fijas y hasta se asignaron asientos. Al llegar a los 100 socios del autodenominado club “Unidos por la Turra de Analìa”, los líderes Juan y Roberto decidieron que era hora de dejar las deliberaciones y pasar a la acción para contener a la masa, organizaronalgo demasiado grande como para quedarse en la testimonialidad. En la multitudinaria asamblea se escucharon propuestas para que Analìa sienta el escarmiento, hubo dos posturas bien diferenciadas, como rasgo principal en cada bando se dividían claramente los que habían logrado tener sexo con ella y los que no. Los más rencorosos planteaban el asesinato liso y llano, los demás limitarse a difundir secretos íntimos de la mina. El militante del partido humanista propuso una tercera posición, argumentó que tenía una tía que había logrado vengarse de un ex marido poniendo su nombre en un papel dentro de la heladera de una carnicería. La potencia del aparato multiplicó los efectos del gualicho logrando, no sólo apartar al tipo de su vida, sino causar tal resfriado que el pobre hombre casi no la cuenta.  Por voto mayoritario se impuso que, al día siguiente,  cada uno debía poner un papelito con el nombre de Analìa en el lugar más frío que encuentren.
El viernes 3 de octubre los diarios y la tv amanecieron con la historia impactante de la mujer “Walt Disney”, encontrada por su vecina cuando se fue a quejar de que se inundó todo el departamento. Analìa estaba rodeada de una masa monolítica de hielo que se regeneraba, por suerte, la congelación la había encontrado vestida dignamente, cosa que alegró a su madre quien no era partidaria de mostrar las vergüenzas, más aún por el tema de la turgencia. Especialistas de diversa índole brindaron teorías de lo más disparatadas acerca del fenómeno. Varios magnates se ofrecieron a comprarla, los árabes eran los más interesados por el tema del calorcito del desierto.  Los Ufòlogos también hicieron lo suyo asegurando que este nuevo ataque de los Ovnis sólo pudo provenir de un planeta más allá de Saturno sin llegar a Plutón.  Lo cierto es que Analìa y su caso fueron tomados como causa de Estado, los ánimos de la sociedad se fueron caldeando y el fusible, la Ministra de cultura, tuvo que salir a decir una barbaridad para que los medios se ocupen de ella y bajar la tensión.
El club se reunió a los apurones dada la gravedad de la situación, muchos estaban temerosos que una investigación llegue hacia ellos o que alguien los delate por intentar congraciarse con la congelada, en el radiopasillo, el adjetivo estómago resfriado fue el más utilizado. Stanley y Casapueblo pidieron calma, la asamblea estaba llena de tumultos, sensibles llorando, ansiosos fumando filtros.  A pesar de los esfuerzos porque la cosa no se desbande, una treintena  de personas, a ojo de buen cubero, se levantaron con sus papelitos congelados en la mano y los rompieron, casi al mismo tiempo que el carnet de afiliado y alguna que otra tarjeta de crédito.  Un neonazi aprovechó el lío para pegarle una piña al del partido humanista, allí llegó la policía y dispersó a la multitud de hombres despechados.
Más tarde o más temprano todos fueron sacando papelitos de los freezers, Al tiempo que los papelitos se iban rompiendo, Analìa se fue descongelando. La fina capa de hielo ya no se regeneraba y casi todo su cuerpo fue retomando la temperatura habitual. Los medios quisieron la exclusiva pero aún había un obstáculo: el corazón de Analìa seguía congelado. Los médicos atribuyeron la mejoría al té de jenjibre que inyectaron  en el cuerpo de la minita, los ufólogos dijeron que la tarea de los extraterrestres había terminado. Con el tiempo la opinión pública se aburriò del tema reemplazando su entretenimiento por el escandaloso video de una nueva lolita,  por lo que consecuentemente el Gobierno dejò de apoyar el tratamiento y los funcionarios se enfocaron en conseguir el teléfono de la ardiente muchacha.
Analìa continuó su vida en la cama de un hospital privado, que al parecer pagaba uno de los miembros del club secreto. En verano, las enfermeras aprovechaban y se acostaban en su pecho para aprovechar el fresquito.A falta de reuniones, “Unidos por la Turra de Analìa” se disolvió, siendo reemplazado en el club de la calle Arèvalo por una clase de pilates, a la cual también asistió el militante del partido humanista. Stanley y Casapueblo intentaron llegar a alguna conclusión, café de por medio. Al principio ambos se desconfiaban,  creían que el otro no había roto el papelito congelado que seguía condenando a Analìa a este sufrimiento. Sin embargo, cualquiera que sea un poco humano verìa que ambos estaban destruidos por dentro, que ambos a pesar de su psicopatía eran incapaces de llegar tan lejos con esto y que Analìa ya tenía el corazón congelado de antes, desde cuando no podía amar.

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