Tras coger los productos básicos que necesitaba esta mañana, deseando ya marcharme del odioso súper, me lanzo a una de las dos cajas que están abiertas -será cosa de la crisis, porque las otras cinco nunca están disponibles. Cuento mentalmente las cosas que tengo que pagar: una, dos, tres y la barra de pan, y cuando ya lo tengo todo colocado, esperando a que el de delante termine -cuento sus cosas: una, dos, tres, cinco, seis...-, un señor me grita -qué poco amables son en este súper-:
- Anda, si te has colado.
Miro hacia atrás y veo al señor con una cesta, allá en la lejanía.
- Anda -le respondo; el de delante sigue con sus productos: siete, ocho, nueve-. Si pusiera usted su cesta al lado de la caja, y no donde las empanadas, los demás sabríamos que va delante.
- Anda -dice-, vaya cara la tuya (y el de delante: diez, once).
- Anda -continúo-. No se preocupe.
He cogido mis trastos (uno, dos, tres y la barra de pan) y me he acercado a otra caja, ya libre. Uno, dos, tres y la barra de pan. Pago. Tiempo total de espera de mi turno: treinta segundos.
- Anda -saludo al señor de antes, que sigue en la caja de al lado, ya por fin con su cesta lejos de las empanadas-. Yo ya he acabado... (el que tenía yo delante todavía no ha pagado sus doce, trece, ¿quince? productos). Cojo de la mano a Niña Pequeña, que está esperando fuera con su padre.
Se ve que estoy de vacaciones... Durante el invierno ni me inmuto por la mala educación de la gente. Anda.