Revista Literatura

Andar es meditar

Publicado el 16 agosto 2011 por Migueldeluis

¿Por qué queremos los coches?

La infancia es dependencia. Ves a los adultos que van donde quieran con sus coches y tú cuentas monedas para el autobús. Los sueños son un coche; el automóvil nos otorgará la libertad, cuando cumplamos 18 años.

Llega la hora, carnet en mano, nos lanzamos por el mundo. Hemos roto los límites; sólo nos atrapa el pago mensual, el seguro, la limpieza, las reparaciones, la gasolina, el aceite y las revisiones. Ya podemos llegar a donde queramos, cuando queramos, siempre que papá Atasco y mamá Plaza de Aparcamiento nos den su aprobación. No hay nada de qué preocuparse; por cierto, ¿me acordé de abonar el impuesto de circulación? Como mucho habrá de preocuparse, están esos que no se acuerdan de las preferencias en las rotondas ni aquellos peatones que cruzan muy atentos mirando al cielo, no sea que les llueva encima. Son esos los pequeños secretos de los que apenas era consciente cuando papá nos llevaba a la playa en su Toyota.

Me gustaría poder prescindir del coche.

Pero para ello debería de cambiar de ciudad. Al trabajo, sólo podría ir en transporte público, que en todos los años de mi vida nunca he visto funcionar bien. Las cuestas que hay entre mi casa y la oficina son imposibles para una bicicleta y ya me asusto suficientemente yendo en coche. Cambiar mi residencia al centro es una utopía con mi sueldo. ¿Otro trabajo? Esto es Canarias: ¿has visto el porcentaje de paro? Sí, busco un trabajo mejor, pero no dejaré el que tengo hasta encontrarlo; y desde luego que no por el privilegio de ir a trabajar en bicicleta.

Poco a poco

¡Ay!, compromisos. Unos te dirán que en la moderación está la virtud. Otros que hay que dejarse de medias tintas. Y mientras los refranes se ponen a pelear, tienes que vivir tu vida. En mi caso, prescindo del coche tanto como es posible. O mejor… Decido en cada caso la mejor opción.

Hay muchas veces en las que el coche es un absurdo. Por ejemplo cuando el tiempo que tardo en llegar a las tiendas de mi barro a pie es casi igual al que emplearía buscando donde aparcar. Recuerdo una experiencia divertida. Un día, de esos de apuro, tomé mi pequeño Citroën y llegué hasta la tienda. Luego buscando aparcamiento fui bajando, bajando, hasta llegar a la puerta de mi casa. Allí había sitio libre. De chiste.

Otras veces la distancia –y las cuestas– son excesivas para hacerlas a pie en un tiempo razonable, pero buscar aparcamiento es imposible. Para esas circunstancias uso el transporte público. Que francamente, el de mi ciudad podría ser mejor, pero aún así supera a dar vueltas en coche, o en pagar el doble en un aparcamiento privado.

Andar nunca es tiempo perdido

Hace unos cuantos años participé con una iglesia bautista (yo ahora soy anglicano) en una experiencia de “Paseo de Oración”. Consiste en una rememoración de cuando Dios paseaba con Adán en el Edén antes de la caída. En la práctica se trataba de meditar al tiempo que se andaba, combinándola con una oración de intercesión1 por las personas o realidades con las que tropezábamos.

Desde entonces me gusta rezar y/o meditar cuando camino. Incluso nadando, si no acelero mucho, aprovecho para que las neuronas se ejerciten.

Apenas me esfuerzo. El moverse es tan natural a la criatura humana, que el pensamiento, la poesía, la meditación, lo mejor de nosotros mismos fluye naturalmente mientras caminamos. Cuerpo, mente y alma se benefician; aprendes a apreciar las florecillas que te saludan por el camino. Sabes que la naturaleza es tu lujo, el mundo tu palacio, sonríes y eres feliz.

No me siento así manejando un coche.


  1. La oración de intercesión consiste en pedir a Dios que haga algo por alguien. ↩


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