Comprar el helado y salir pitando hacia el coche. Este era el broche final de mi primera tarde de compras como au pair en un mall (odio esta palabra), como llaman aquí a los centros comerciales abiertos (o cerrados). Algún día contaré cómo puedes ser au pair y venir con la maleta vacía a Estados Unidos. A última hora de la noche, podía comprarme un famoso helado de Ben&Jerrys que tan barato es por aquí y tan bueno está. Ahora, casi seis meses después de esto, soy adicta a este helado.
Lucía, la chica con la que pasé la tarde, ya se fue de camino a su casa porque estaba cansada y yo di la vuelta al centro comercial (es bastante grande) para ir a un supermercado 24 horas que había al otro lado. Típico supermercado que hay en los centros comerciales norteamericanos, de estos que tienen parking gigante y más bien oscuro en la puerta y siempre que los ves en las pelis piensas el miedo que puede darte andar solo por ahí siendo de noche. Pues de esos.
Entré a comprar el helado, viendo a gente con una lista kilométrica y carros a reventar de cosas, fui a la zona de refrigerados (en la que la temperatura corporal te baja repentinamente 10 grados si me apuras del frío que hace), os enseño un ejemplo de cómo es un solo pasillo de congelados en cualquier supermercado para que os hagáis idea, cogí el helado del congelador correspondiente y me acerqué a la caja para pagar mientras iba buscando la llave del coche en el bolso para tenerla a mano antes de salir a la calle. Lo que a veces, puede llevarme cinco minutos hacer de las cosas que llego a meter dentro...
Un apunte antes de seguir. Cuando llegué a Estados Unidos, todo me parecía de película y muchas veces me sentía como dentro de una cuando iba a comprar, al colegio, a la parada del autobús escolar,.. Esto explica lo que vas a leer después. ¿Os pasó lo mismo cuando vinisteis aquí?
Retomando, salí a la calle con la llave del coche en una mano, el helado en la otra y un cohete en el culo para ir más rápida que las balas y que a la vez me diese tiempo a mirar de refilón que nada ni nadie pudiese acercarse a mi en esos momentos porque me quedaba en el sitio del susto que me iban a dar. Tan paranoica como os lo cuento (a esto me refería con sentirme dentro de una película). Ahora lo pienso desde la distancia y digo, ¿en serio podía pasárseme semejante tontería por la cabeza con mi edad? Eh, sí, lamentablemente, sí, lo reconozco.
Me metí corriendo en el coche, literalmente, corriendo, y lo primero que hice, lógicamente para mí, fue poner el cierre centralizado para que nada ni nadie pudiese abrir las puertas. Sigo con el modo paranoico ON. Por cierto, una curiosidad que comenté con otra au pair al poco tiempo de esta anécdota, los coches automáticos de por aquí y, supongo que todos, pero perdonad mi ignorancia al respecto (y más cuando llegué), abren la puerta del conductor solamente cuando presionas el mando a distancia de la llave una vez, y todas las puertas cuando lo haces dos veces. Pero todavía me quedaba algo más por descubrir sobre estos coches. Muchas más cosas de hecho, pero una bastante importante.
Empecé a tocar todo, absolutamente TODO dentro del coche. Parabrisas delantero, parabrisas trasero, luces cortas, luces largas, bocina, ¿bocina? Sí, también. Apagué el coche, lo volví a encender, y nada... El puñetero pitido no paraba de ninguna forma. Hasta que como dos minutos después, se me ocurrió desbloquear el cierre centralizado. ¡Voilà! El pitido maldito desapareció. Malditos coches americanos...
Así que ya sabes, si no quieres quedarte sordo o sorda nada más llegar a Estados Unidos, ¡NO cierres el coche antes de arrancar! jajaja
¿Habéis tenido alguna anécdota divertida con el coche?