24/05/2011 5:46:25 AM
(Una colaboración de Luis Machado Ordetx)
Ante la «inservible» diversión de antaño, los niños, golosos, perdían la mirada en los inmóviles animalitos. En sus créditos inocentes, los cuadrúpedos pastaban entre hierros en desuso sin que existiera un campo transpuesto. Llevaban unos largo tiempo abandonados a su ¿suerte? En medio de tanta soledad, solo los pequeñines dedicaban con los ojos una caricia lastimera. Inquirían, incluso, el ¿por qué? merecían tanta desatención. Nadie daba la consabida respuesta. Todo devenía en mutismo.
Recordé a Lezama Lima cuando abordó al malagueño Picasso, y dijo que «A buen ángel, mejor testigo.» Las razones sobraron ante aquellas manitas infantiles prendidas a la alambrada que delimita el bullicio callejero del acarreo interior de un taller de mecánica.
Creen algunos que de los aparentes animalitos amontonados no saldrá ningún beneficio. Otros piensan lo contrario: les sobra ingenio; sabiduría, y reverberan en la utilidad de las cosas.
Estuve entre el coro de los absortos. Quedé pensando… La hierba crece poco en las cercanías de «caballitos» que consideran enanos. Sin embargo, los niños los consideran inmensos, como gigantes en pos de una cabalgadura de esas que a veces regocijan los lomeríos.
A lo lejos, como escondidos, diviso algunas piezas de lo que antes pretendió convertirse en un carrusel. Hay incluso maquinistas, en perfecto estado. Intuyo en la tamaña tomadura de pelo en medio del deseo de acariciar el lomo y las patas de los presuntos caballitos que hicieron delicias en los tiempos de infancia.
En soliloquio las décadas se fueron volando, raudas, a momentos de la inocencia. Rememoré cuando arriban a las comarcas rurales o urbanas los circos ambulantes, con payasos, estrellas giratorias, animales amaestrados y los festines de serpentinas.
Alguien espetó: ¿qué observa?, y contuve la respiración luego de anunciar que los caballitos y otros aparatos destinados a un parque infantil llevaban años allí. ¡Muchos!, apuntó en su énfasis el hombre que detuvo su paso al comprender el instante de meditación.
«Creo que fueron construidos, indicó el otro, con la paciencia y los recursos estatales de la Fábrica de Botes Plásticos. Salieron del Hanabanilla. Hoy, cualquiera echaría a andar esos aparatos, y casi seguro no se erogarían tantos recursos monetarios y mucho menos derrocharían materiales deficitarios para el país. Solo falta ingenio; voluntad. Estaban destinados a un parque recreativo de Manicaragua.» Ahora, unos pocos caballitos de esos conservan su “inmóvil” y próspera existencia allá en el círculo infantil «Pequeños del Escambray», justo a la entrada de la localidad del sur villaclareño.
Quedo más pensativo. ¿Nadie se percata que muchos de esos caballitos y cochecitos plásticos atesoran todavía sus colores originales y ninguna de las partes esenciales sufre de roturas? ¿Cómo no colocarlos, aunque sean fijos, en un sitio de disfrute infantil? «Nada, confiesa el anónimo interlocutor, en determinada ocasión los innovadores del municipio solicitaron materiales para recobrar la vida del parquecito, pero todo quedó en «papeleos» y palabras hueras. El paraíso que proyectaron cayó al vacío.
Una vez se ideó un tiovivo, con sus estructuras metálicas, y los caballitos en sus vueltas interminables. Sería el fiestón de los niños. Todos los aparatos, sin embargo, perseveran amontonados, en un rastro a la intemperie, aquí en un taller ubicado en la calle Juan Bruno Zayas esquina Faustino Reyes, en Manicaragua, sitio que ahora descubro.
Algunos creerán que son despojos de plástico. No, nada de eso. Todavía conservan sus características originales. Hago una consideración, y creo que estuvieron protegidos en un «almacén»; bajo techo, guarecidos del resistero del sol y los estragos de la lluvia. Ahora no.
Ángeles, magníficos testigos, esos que perseveran en la inocencia, desde una cerca perimetral, prodigan el sueño para que un día se devuelva la vida a los solitarios artefactos. Los caballitos, y demás implementos destinados a la recreación, aguardan apenados, ante la desfachatez adulta. Ojala que una mano se tienda en el impostergable descubrimiento destinado al retozo infantil.