Revista Diario

* angelita

Publicado el 19 diciembre 2011 por Chinopaper

Yo sabía que el señor Durban no iba a terminar nada bien, andaba siempre en cosas raras, bah, era raro, qué se yo, a mí me daba un poco de desconfianza cada vez que llegaba con algo nuevo a la pensión, como ese día que apareció con el jaulón para los pajaritos, Marta y yo estábamos tomando mate acá en el patio y el señor Durban entró empujando el jaulón con rueditas, yo la miré a Marta pero ella se lo quedó mirando embobada y ni siquiera pudo devolverle el saludo, porque eso sí, el señor Durban era muy educado y lo primero que hizo fue saludar, se ve que venía de una buena familia que se ocupó de él como corresponde y lo mandó a una escuela como la gente, porque todo depende de eso ¿sabe?, la familia tiene que procurar que la educación de sus hijos sea la mejor posible porque después si no terminan criando vagos, como el sobrino de Marta (aunque yo no le digo nada, pobre Marta, ya bastante tiene con la soltería y con andar cuidando a su papá, ¡pobre Don Miguel!, un pan de Dios, Don Miguel, lástima ese problema con la bebida, que creo yo que tiene mucho que ver con cómo quedó ahora, pero tampoco le digo nada a Marta, porque es el padre y yo no soy quien para andar diciéndole cosas que no me corresponden a la gente) que vaya a saber uno en qué anda ahora, juntándose con esos otros, los hijos de Soria, uno peor que el otro, mire, una vez el señor Durban le tuvo que llamar la atención al mayor porque parece que le había faltado el respeto a unas chicas del bachiller, después de eso ninguno de los Soria, ni siquiera el padre, volvió a pasar por la puerta del colegio, eso hay que reconocérselo al señor Durban, tenía un poder de convencimiento terrible, me acuerdo que siempre venía gente a visitarlo acá a la pensión, y charlaban acá en el patio, un poco más allá, abajo de la parra, y cuando se iban con cara de satisfechos el señor Durban les estrechaba la mano y la sacudía aparatosamente, después venía y me decía todo emocionado “cada vez estoy más cerca, Bety” y yo no entendía nada, ¿más cerca de qué?, ¿por qué se ponía tan contento cuando lo venían a ver estos hombres tan siniestros? (porque le digo la verdad, esos tipos, que Dios me perdone si me equivoco, tenían una pinta de mala vida que me daba miedo, y todas la veces yo me metía para adentro y me hacía la que limpiaba la mesada de la cocina, pero los espiaba de reojo por la ventanita del costado, no fuera a ser que si pasaba algo yo estuviera desprevenida). Yo me imaginaba que no andaba bien del todo, el señor Durban, como que tenía algo flojo que de vez en cuando se le piantaba por ahí, no sé, no quiero hablar de más porque después ya sabemos cómo es la gente y van a andar diciendo por ahí que una es chusma y vaya a saber qué otras cosas más, yo conozco los bueyes de este barrio, se hacen todos los buenitos pero más de uno lleva el Diablo adentro, es una forma de decir, eh, usted me entiende, y si hay algo que le gusta hacer a la gente es hablar y hablar, aunque no sepa, peor que en la televisión, por eso yo me llevo bien con todos y no tengo problemas con ninguno, pero le digo la verdad, la única que no me da mala espina es Marta, con ella no me tengo que preocupar por nada, ¡es tan buena, Marta!, y conversadora, es una gran compañía, debe ser por cómo la educaron las monjitas, me da pena que esté así de enfermera de Don Miguel, él también me da pena, no crea que no, eh, pero pobre Marta dejando estos años ahí sin ocuparse de ella, qué se yo…¿qué le venía diciendo? ah, el tornillo flojo del señor Durban, sí…una vez se apareció con una caja llena de muñecos de trapo, chiquititos, todos con ropita y zapatitos, con pelo y todo, el pelo ese me daba impresión porque parecía de verdad, y el señor Durban estaba contento y entusiasmado, hasta me regaló una muñeca que dijo que se parecía a mí, para mí no era muy parecida, pero es linda, Angelita, todavía la tengo, la colgué en el living arriba de la estufa, al lado de los platitos y las cucharitas, por supuesto que le agradecí, aunque me hubiera gustado tener la parejita, yo no le pedí nada porque me daba vergüenza andar pidiendo, pero había un muñeco que era igualito a Silvio, el almacenero de acá a la vuelta, que me parece hubiera quedado lindo al lado de Angelita, ahí arriba de la estufa, ¿la quiere ver?, ahora se la traigo, ah, y le digo más, ahora debe ser de colección, porque es la única que quedó, a los dos o tres días de que el señor Durban trajo la caja con los muñequitos estos, hubo un accidente en la pieza con el calentador y no sé qué otra cosa y terminaron todos achicharrados, el de Silvio también, me acuerdo del olor a quemado, por eso le digo que me daba impresión, el pelito de los muñecos olía igual que el pelo quemado de verdad, como cuando se le sacan los cardos al pollo con la hornalla, por ahí era pelo de pollo y me hacía confundir, no sé, ahora se la traigo para que la vea, y así y todo el señor Durban no se puso triste, yo pensé que se iba a poner como Soria que cuando perdió el negocio se vino muy a menos, pero no, el señor Durban anduvo un poco desanimado nomás, se ve que no tenía pensado ningún negocio con los muñequitos, porque si no se hubiera puesto más triste, creo yo…¿quiere un mate?…no, sólo desanimado y menos conversador, nada más, hasta que empezó a venir a visitarlo otro hombre, distinto a los otros, no tan siniestro, parecía bastante noble, y tenía las manos bien cuidadas, a mí igual me enseñaron a desconfiar de los hombres que se cuidan las manos, es de poco trabajador, qué se yo, pero este era distinto, y la relación con el señor Durban también era distinta que con los siniestros, conversaban, se reían, se palmeaban, a veces leían el diario en silencio, todo acá abajo de la parra, pero un día así como así no volvió más este hombre, Claudio me parece que se llamaba, era más joven que el señor Durban, un poco, bah, y no parecía estar “tocadito”, no sé si me entiende, pero bueno, no volvió más, yo le comenté a Marta que era raro que no venga más y que por ahí se habían peleado o algo, y Marta me dijo que no me meta, y yo ahí le dije, reconozco que estuve mal, que no se hiciera, si yo había notado cómo lo miraba a este Claudio, a mí no me podía decir que no, así que a ella también debería darle curiosidad saber por qué ya no venía más… A veces yo salía temprano acá al patio a tender la ropa y lo encontraba ahí parado al señor Durban, mirando para arriba, o fumando, o anotando cosas en un cuaderno azul como los del colegio, ¿los pajaritos?, no, nunca hubo pajaritos, salvo los gorriones que se juntaban a la mañana en los árboles del fondo a molestar, porque los gorriones hacen eso nomás, molestar, no son como los zorzales o los canarios, que tienen esos colores tan hermosos y cantan tan lindo, ¿sabía que no sólo son amarillos los canarios?, no, los gorriones son como una plaga por acá, además yo creo que saben que los canarios son mejores y por eso a eso de las cuatro y media o cinco de la madrugada ya están dale que dale con el pipipí, por resentidos, y ahí ya no se puede seguir durmiendo, puede ser por eso que me lo encontraba al señor Durban levantado tan temprano, pero no sé, si le digo la verdad había muchas cosas del señor Durban que no entendíamos ni yo ni Marta, que éramos las que lo tratábamos más y conocíamos, cómo decirle, su parte más “verdadera”, algo así, porque la gente del barrio apenas si se lo cruzaba, aunque así y todo, con todas las cosas raras, no desentonaba, ¡si usted supiera las cosas que hay que ver por estos días en la calle!, en fin, tal vez los tiempos estén cambiando demasiado rápido para nosotros, y eso que no estamos tan cerca del centro…Ahora le traigo a Angelita, va a ver qué linda que es y me dice si la encuentra parecida a mí como decía el señor Durban o no, y va a ver cómo la tengo de impecable después de tantos años, yo no pensé que fuera a durar tanto, en general estas cosas artesanales sufren el deterioro muy rápido, porque le hacen el relleno con alpiste o alguna otra semillita que dura un tiempo pero después se pudre, entonces el muñeco se va echando a perder desde adentro sin que nos demos cuenta, y al final cuando se le nota algo afuera ya es tarde para salvarlo, está todo podrido y lo tenemos que tirar, una pena, pero con el debido cuidado pueden durar bastante, no sé por qué yo me encariñé tanto, a lo mejor porque fue la única que quedó, o a lo mejor porque me da gracia cómo todos me la envidian, pero esos no son buenos pensamientos, no está bien ponerse contento por tener y que los demás no tengan, eso me lo decía el señor Durban, y yo pensaba que qué bien que sea un hombre religioso, porque esas cosas las enseñan en la iglesia, pero yo nunca lo vi en la iglesia, ni siquiera para Pascuas, así que no sé de dónde había salido tan generoso, porque era muy generoso, y limpio, muy limpio, todas las semanas se lavaba la ropa él mismo, a mano, en el piletón de allá, y después se quedaba mirando cómo el sol le iba blanqueando la camisa, lo que nunca pudo hacer fue calcular el almidón, y en las primeras posturas después de lavado parecía un novio de torta, todo duro; “la presencia es importantísima, Bety” me decía cada vez que se ponía a lavar, “nunca se sabe cuándo nos van a venir a buscar, y es importante estar preparado”, pero yo no entendía a qué se refería si la mayoría de las veces que recibía gente (los tipos siniestros) acá en el patio, andaba con la muda de entrecasa, ¿se referiría a alguna  mujer que esperaba que lo visite?, no creo, ¿no?, en todo caso el que va a buscar a una mujer es el hombre y no al revés, y yo no le conocí ninguna mujer en todo el tiempo que estuvo acá, pero él hubiera podido conocer alguna, no voy a dar nombres pero varias me han preguntado en el mercado, haciéndose las bobas, por el señor Durban, como si yo no me diera cuenta, eso es lo que pasa ¿sabe?, todos piensan que nadie se da cuenta de nada, y así estamos…al final somos como los gorriones, pí pí pí, pí pí pí, y no dejamos descansar a nadie…si pudiéramos ser aves yo no elegiría ser ni gorrión ni canario ni zorzal,  no, a mí me gustaría ser un cardenal, así tan sobrio y elegante, tan gallardo (no sé si se puede decir que un pájaro es gallardo pero es palabra me gusta mucho, gallardo), y con ese toque de distinción que es la cabecita colorada y ese penacho, impone respeto, el cardenal, no sé cómo alguien elegiría ser otro pájaro, bueno, salvo un águila o un halcón, que son hermosos e imponentes, pero a mí me dan miedo esos pájaros tan grandes, son muy peligrosos…y además el cardenal no anda molestando a cada rato, ni muy temprano…son lindos los pájaros ¿no?…escuche…ahora que baja el sol se ponen a cantar un ratito más y después se duermen…seguro que ahora me llama Marta por teléfono para saber cómo salió la quiniela, siempre me llama cuando me tengo que poner a cocinar, está tan sola, pobre, le voy a decir si se quiere venir a cenar, ¿usted se queda?, me sale un guiso para chuparse los dedos…

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