No he podido dejar de pensar en la naturaleza del sueño de anoche. Me encontraba, de pronto, en una casa que jamás ha sido mía o de mis padres. Acabados de madera completaban la decoración, que francamente, era lo único que resaltaba de una construcción futurista suavizada por el roble. Yo no tenía ni nombre, ni número. Sólo era. Y estaba sola. Ambas cosas son cotidianas. Pero esta vez parecía distinto. Nadie me miraba excepto yo. A mí misma. Las sombras ya no se proyectaban ni sobre el pavimento ni sobre el parquet, no tenía cuerpo, ni brazos, ni pies. Sólo existía, pero para mí, únicamente.
Rara vez pasa; eso, que no puedo tener control sobre mis sueños...