Llevaba unos días algo ausente; melancólico como los grises del otoño que septiembre avisaba, pero aquella mañana no podía permitirse la abstracción: debía acudir a un funeral. Mientras se vestía para un pésame ajeno, pensó que aquello era un auténtico fastidio. Un compromiso y un trago que no le apetecía en absoluto pasar, y que le impediría continuar por unas horas con su platónica aventura virtual…
Desde hacía diez meses, mantenía una relación secreta con una mujer, y cada día era una oportunidad nueva de respirar, si ella contestaba a sus requerimientos. Con tan poco se conformaba. Con tan poco había prometido conformarse. Frases, palabras, letras, versos, dibujos y mensajes circulaban en ambas direcciones, alentando unos sueños que se disfrutaban mejor despiertos. Llegada la época de las nuevas flores, él había hablado de amores eternos, y ella le había sonreído incrédula, pero halagada. Sin verse, sin tenerse, sin olerse y sin saborearse, disfrutaban una conexión tan fantástica, que el espíritu le peleaba -envidioso- a la carnalidad.
Discutían, charlaban, reían… se encelaban y se encendían a cada paso de las jornadas de un invierno, una primavera y un verano… Al fin, habían acordado una primera cita real para el otoño, y los mensajes dejaron de correr para comenzar a volar, llenos de entusiasmo, locura, y alegría de vivir.
Pero aquella mañana, mientras ocupaba uno de los asientos reservados a la familia y amigos, no sabía si echar un vistazo a su teléfono móvil. No le parecía adecuado en semejantes circunstancias, y la agonía por no poder hablar con su amada, a pocos días de su primer encuentro, lo estaba matando en vida. Se sintió mareado y salió al exterior buscando una bocanada de aire fresco, y fue entonces cuando alguien que le resultaba muy familiar, se le acercó para saludarle.
-Te he reconocido inmediatamente. Soy Julia…
-¿Qué tal? Yo también a ti…
-Nunca te contó nada… ¿Verdad?
-Tenemos una cita en un par de días. ¿Tú sabes si acudirá?
-¡Dios santo…! No te preocupes, que no te pienso dejar solo con esto. Yo te ayudaré, te lo prometo. ¿Entramos?
Y una vez la lluvia volvió a quedarse sola en las calles, el enamorado anónimo que ya siempre lo sería, abandonó la negación y -secándose una lágrima delatora- quiso dar su más sentido pésame al desconsolado viudo…