Revista Talentos

Anónimos

Publicado el 11 abril 2015 por Isabel Topham
Iba como de costumbre por la calle dando mi pequeño paseo por la ciudad, sobre las nueve de la noche. Aún era de día, yo apenas veía nada por mi empeño en llevar mis gafas de cristales negros, a pesar de poder ver perfectamente sin que me molestase por donde fuera, el sol. Había menos gente paseando por aquellas longevas calles, y hacía más frío del habitual. En donde había árboles hasta hace unos días, ya sólo había campo con un tibio río abriendo las puertas al paisaje. En cambio, no se podía ver ni siquiera las huellas de haberlos talados. No había nada. Vacío. Cero.
No sabía muy bien qué estaba haciendo, puesto que observaba con mayor detenimiento que los demás días. Me comportaba de una manera bastante más particular a mi manera de ser. Y no era por llamar la atención de los demás, ya que apenas había gente por allá por donde pasase. Sin embargo, algo me hizo tener los pies en el sitio y no moverme de allí de donde estuviese. Una sombra no muy lejana a mí, y un ruido que venía de allí mismo pero, lo percibí desde mucho más cerca. No supe cómo reaccionar, intentando asimilar lo que sucedía a mi alrededor. Ni siquiera hice lo que cualquiera en su sano juicio hubiera hecho, pedir ayuda. De todas formas, no había nadie allí cerca que pudiese echarme una mano, y la llamada me hubiese puesto aún más en peligro porque tardarían un tiempo en venirme a buscar. Creo que, al final hice lo correcto, fingir haber muerto. Aunque, internamente, me sintiese de mal en peor.
Allí mismo, había alguien pidiendo ayuda. Quien dejó una carta en un matorral y salió corriendo de pensar que, aquella figura que estaba con rostro asustado mirándole de lleno, llamase a la policía. Quiso retomar la calma, y la realidad, y lo mejor que hizo fui huir. No quería pasarlo peor, y menos aún después del secuestro que había sufrido. Él no tenía la culpa de causar miedo en todo aquel que se le quedase mirando, fueron las circunstancias las que, por una vez, le causaron problemas a la hora de socializar. Llevaba meses sin hablar con nadie, el mismo tiempo que llevaba con el chándal que llevaba puesto como sin afeitarse la barba que, le hacía parecer un vagabundo. Lo más triste de todo es que, en ese mismo momento, lo era. Sabía que su vida había cambiado para siempre, que ya no era el de antes y que nunca más lo iba a volver a ser. Que, cada vez que tuviese que salir a la calle, le tendría pánico a ésta, y miedo porque alguien volviese a raptarlo por detrás con fuerzas y preparado para que volviese a repetir la trágica experiencia que ha tenido que sufrir. Sí o sí.
Después de un largo rato, y de haber visto marchar a ese tipo, en cuanto pude moverme del sitio, avancé hacia allí, y leí en pocas palabras y, casi sin aliento:
Ayuda, por favor. Llevo ya x meses que estoy encerrado entre cuatro paredes, que apenas me dejan ver la luz del sol y comiendo en un recipiente para perros. Estoy secuestrado y, ojalá pudiese prestarme un poco de atención. Supongo que no te conozco y, lo más probable, es que no vengas a buscarme. Atentamente, nadie.
Sólo somos nosotros, y anónimos para el resto.

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