Revista Talentos

Años de soledad

Publicado el 01 marzo 2015 por Isabel Topham
Eva era una chica de 23 años, y vivía en casa de sus padres. Sin embargo, desde hace 6 u 8 meses ya no estaba allí, comenzó una nueva vida estudiando una carrera imaginaria, y conviviendo con alguien a quien ni siquiera ella conocía realmente. Su vida eran un conjunto de mentiras, tenía ganas de llorar y su manía de estar siempre bien frente a los demás, le autodestruía por dentro. No soportaba que nadie supiese qué mal lo estuviera pasando, y porque eso no ocurriese incluso fingía alguna que otra sonrisa para transmitir una felicidad que no existía realmente.
Una mañana, en cuanto se levantó, y dejando su cuarto patas arriba. En el escritorio había pilas entera de apuntes de años pasados, de los que ya ni siquiera se acordaba de ellos, una taza de café vacía y el ordenador y el equipo de música que llevaba siempre al gimnasio, o cuando salía a correr por ahí. La ventana escondía la suave y tenue luz solar que podía cegar perfectamente a cualquiera, sin dejar apenas espacio para que ésta diera vida a su cuarto. La cama deshecha y, sin tener intención de hacerla, la ropa de días anteriores tirada en la silla y por los suelos.
Salió de su habitación y sin decir ni una sola palabra se fue de casa, dejando a su vez una sensación de desconcierto en todos ellos. O en nadie, básicamente. La casa quedó vacía en cuanto ella se fue, pero solo para ella estaba llena de gente. A veces, se nublaba su razón y veía a gente donde no había nada. Confundía lo real con lo incierto, y lo ficticio con lo verdadero. Cogió el coche y se fue por las cordilleras de las afuera de la ciudad, emprendiendo un largo viaje hasta llegar a... ningún sitio previsto. No tenía un destino al que ir, y no sabía muy bien hacía dónde se dirigía.
Poco a poco, se fue haciendo de noche y sus lágrimas comenzaban a ser las protagonistas del momento. Echaba de menos a sus padres, y añoraba a su hermano pequeño a pesar de todas las estúpidas broncas que haya tenido con él en tiempos anteriores, incluso por los motivos más tontos que se le pueda ocurrir a una persona. Quería verlos, pero sabía que ni aún yendo en la dirección correcta llegaría antes del día siguiente. No estaban cerca ni mucho menos, se encontraban a más de mil kilómetros de distancia, física y psicológicamente. Ya apenas tenía noticias de ellos, y la última carta que les envió fue hace más de mes y medio. No sabían nada de ella, e incluso podría estar muerta y nadie se enteraría de ello. Por otra parte, hace mucho tiempo que dejó de tener amigos y, concretamente, al hablar de sus problemas de sus novios imaginarios, e incluso su mejor amiga. A la cual tampoco se la conocía físicamente.
Sus ganas de llorar en ese momento, le hizo parar. No podía más, y la impotencia y la rabia que sentía era insostenible a la realidad. Paró en seco el coche por medio de un frenazo, y salió corriendo, llorando, mediante sollozos se juraba a sí misma que iba a cambiar si no quería vivir en aquellas trágicas y paupérrimas condiciones, corría hacía algún lugar donde pudiese gritar en silencio todo lo que callaba hace tiempo. Estaba oscuro, y podían ser las 8 y media de la noche, nada más. En mitad del campo, rozó el grueso tronco de madera de un árbol y se dejó caer sobre él, apoyando la espalda a éste sacó una libreta de pasta azul en la cual se podía leer "Querido diario" y, mientras alguna que otra lágrima emborronaba lo que escribía, seguía escribiendo y plasmando qué sentía, cómo lo sentía y por qué sentía tales emociones dando lugar a una respuesta que, precisamente, no había escrito ella y respondía al lugar en el que se encontraba ahora mismo.
Una voz tosca, y no muy particular, que provenía de detrás de los arbustos los cuales se encontraban justo detrás de donde estaba ella, dijo:
"No culpes al sentido común de lo que sólo tú tienes la culpa."
E inmediatamente, sin esperar respuesta alguna ni mediar consuelo se fue. Sus palabras provocaron un par de escalofríos en su piel, dejándola atónita y con las lágrimas aún entre los ojos sin saber qué decir. 

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