La foto se las trae en bandeja.
No puedo con tanto. Ni Sarkozy -santiguándose y refitoleando paternosters en el Vaticano- le llega a la suela de los –carísimos- zapatos al chico este postizo de Asturias, el príncipe heretero y futuro Jefe del Estado Español (¡con dos cojones, con mayúsculas!), inclinándose ante Ratzinger y besándole el anillo del pe(s)cador.
No se sabe si Felipe –¡criaturita!- lo hizo porque confunde la esfera privada de las religiones con la pública de sociedades y Estados, o simplemente porque le ponía (dicen que a los machitos alfa, de cuando en vez, se les trempa ejerciendo de y oficiando como sumisotes).
Lo cierto es que nos ha dejado la infamante foto para el recuerdo.
¿Era el Estado Español el que, en la persona de su futuro baranda, se inclinaba ante el Estado de la Ciudad del Vaticano, en la persona de su soberano? ¡Qué rarito, e indeseable, un Estado sometiéndose a otro Estado!
¿Fue el devoto católico el que se inclinó ante su líder religioso? Si es así, haberlo hecho en privado, cari, que con las cosas de comer no se juega…
En fin, laicismos aparte, sobre todo la imagen que ha dado España, o la Corona, o la Casa Real (¿regia?) o la Jefatura de Estado es grimosa, rancia, ¡antigua!
Qué lacio el principito este que, en vez de regar su baobab –falta le hace- le hace la ola a la homofobia, a la carcundia, al virreinato del fundamentalismo.
Aunque, claro, si parafraseamos a la inefable Magdalena Álvarez… En el caso de Felipe Borbón sería: antes “doblá” que “partía”. No vaya a ser que me partan mi chollo de futuro Rey… ¡me doblo, me doblo!
Conclusión, como dice mi amigo Ángel: más vale laico que lacio.
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