«Si el objetivo de unos planteamientos políticos antifascistas normales es lograr que los nazis no puedan presentarse en público sin oposición, entonces el del antifascismo cotidiano es aumentar el coste social del comportamiento represivo. Hasta el punto de que quienes lo defienden no tengan otra opción más que ocultar sus puntos de vista». «Los sentimientos y las opiniones no se pueden cambiar sin un contexto. Son productos de los mundos que los rodean y de las estructuras discursivas que les otorgan sentido. Cada vez que alguien actúa contra los fundamentalistas racistas y tránsfobos — sea denunciándolos, boicoteando sus negocios, avergonzándolos por sus opiniones represivas o dando por terminada la amistad, a no ser que esa persona cambie—, está llevando a la práctica una perspectiva antifascista que contribuye a un antifascismo cotidiano de mayor calado» (...) «Puede que no siempre sea posible cambiar las opiniones de alguien, pero desde luego que se puede hacer que expresarlas tenga un coste político, social, económico y, a veces, también físico».
«Por supuesto, de ningún modo quiere esto decir que haya que exterminar a las personas que actualmente se califican como blancas, sino abolir el esquema de clasificación racial que las hace ser así. W. E. B. Du Bois en «The souls of white folk», de 1920, reflexiona sobre los horrores de la Primera Guerra Mundial. Señala lo que las víctimas del colonialismo y del imperialismo habían sabido durante generaciones. «No se trata de que Europa se haya vuelto demente. No es una aberración ni una locura. Esto es Europa. Esto que parece terrible es el alma verdadera de la cultura blanca, desnuda hoy y visible». El advenimiento del fascismo no hizo sino exacerbar ese horror.
Muchos comentaristas europeos y estadounidenses vieron en el Holocausto y en el ascenso del fascismo una lamentable desviación de las tradiciones ilustradas de la «civilización occidental». En cambio, Aimé Césaire concluyó correctamente que «Europa es insostenible». Del mismo modo, también nosotros debemos concluir que, como identidad forjada a través de la esclavitud y del sistema de clases, la supremacía de la condición blanca es indefendible. La única solución a largo plazo ante la amenaza fascista es minar los pilares sobre los que se cimienta en la sociedad. Están anclados no solo en la supremacía blanca, sino también en la discriminación a los discapacitados. En la heteronormatividad. En el patriarcado. En el nacionalismo. En la transfobia. En el dominio de clase y muchos otros conceptos similares. Este objetivo a largo plazo remite a las tensiones que existen a la hora de definir el antifascismo. Porque, a partir de un cierto punto, destruir el fascismo consiste realmente en promover una alternativa socialista revolucionaria (en mi opinión, una que sea antiautoritaria y no jerárquica) ante un mundo en crisis. Un mundo con pobreza, hambrunas y guerras, en el que medra la reacción fascista».
«No cabe duda de que las acciones en la calle y otras formas de oposición frontal pueden ser muy útiles contra cualquier oponente político. Pero una vez que las organizaciones de extrema derecha han conseguido difundir su mensaje xenófobo y distópico, nos corresponde a todos nosotros anegarlas en alternativas mejores que la austeridad y la incompetencia de los partidos de derecha e izquierda que hay en los diferentes Gobiernos. Por sí solo, el antifascismo militante es necesario pero no suficiente para construir un mundo nuevo sobre las ruinas del viejo».