Los científicos están haciendo gestiones, sus gestiones de científicos -supongo que su versión del papeleo y de pedir cita y hacer cola ante mesas de funcionarios antipáticos y nada colaboradores- para que pronto conste en todos los libros, en los de los científicos y en todas partes, que desde hace un tiempo hemos entrado en una nueva era geológica. Antropoceno, se llamará la cosa, o sea la era; la era del hombre, porque por primera vez se considera que el hombre ha dejado huella duradera de su paso por la Tierra: dentro de miles de años, alguien que venga a investigar todo este montón de basura espacial se topará con una buena capa, entre las otras muchas del planeta o lo que de él quede, que será, o fue debida al hombre. La caca a ti debida, porque básicamente se trata de detritus. Durante un tiempo se lleva considerando que esta era empezó con la Revolución Industrial, pero esta incumple uno de los requisitos para el establecimiento de una era geológica: las huellas que dejó no son homogéneas en todas las zonas del globo. Algo que sí han conseguido los isótopos radiactivos liberados por las explosiones de las bombas atómicas.
La homogeneización definitiva que consiguen estas bombas, y que no consiguieron aquellas otras fábricas de pesadilla de Charles Dickens, me hace reflexionar sobre la parcelita que hemos conseguido con nuestro nombre para la posteridad -pero, ¿qué posteridad, la de nosotros mismos?-. Es como cuando tiras algún papel a la papelera, en la calle, y alguien tira a tu lado su propia cosa, su papel, su lo que sea, al suelo y te mira como si fueses gilipollas. Y él lleva toda la razón, porque la conclusión que nos brinda la geología hoy es fácil: si no eres lo suficientemente hijo de puta, aquí no te considera ni el Tato.