Una corriente de la antropología filosófica sostiene que el animal humano es un "desertor" de la vida, ha exaltado morbosamente el sentimiento de su propio ser y se vale, para sobrevivir, de meros sucedáneos (idiomas, herramientas) sustitutivos de las verdaderas funciones vitales. Dentro del ser humano se distinguen y luchan entre sí el espíritu (o la razón, la conciencia) y la vida como agentes metafísicos, identificándose la vida con la idea de "alma" y el espíritu con la "inteligencia técnica". El espíritu aparecería como un principio aniquilador de la vida, una fuerza destructora del alma, del valor supremo de la vida, orientándola a la extinción.
El ser humano, a través de su espíritu, ha desarrollado esos sucedáneos instrumentales por hallarse desarmado frente al mundo que le rodea, por estar mucho menos adaptado a su ambiente que los demás animales; de ese modo conduce a la vida tratando de adaptar el medio a sí mismo, ya que no puede adaptarse él mismo al medio. Así, ese animalillo llamado humano podrá pavonearse cuanto quiera en la inmensidad del Universo, sentirse todo lo importante que le plazca en ese minúsculo trozo de la historia terrestre en la que ha estado presente, vanagloriarse de poseer "consciencia", envanecerse de haber producido Estados, obras artísticas, ciencias, instrumentos, idiomas, poemas, etcétera, pero no le sirve para elevarse sobre el animal en zonas del ser o de los valores, sino para ser «más animal que cualquier animal» (Ludwig Klages).
Según Theodor Lessing, el principal publicista de esta teoría, «el humano es un simio fiero que, poco a poco, ha enfermado de megalomanía por su (así llamado) "espíritu"». El espíritu, la cerebralidad que nos convierte en homo sapiens, es decir, el hecho de que una cantidad tan considerable de la energía almacenada vaya a consumirse, no para el conjunto total de su organización, sino exclusivamente para el cerebro, es un faux pas de la vida, un proceso patógeno que conduce a la muerte segura.
¿Qué es la ciencia, el arte, la razón? ¿Qué es el desarrollo superior de la civilización que multiplica nuestra protección y permite que vivan más individuos en una misma comarca? Es un complicado rodeo destinado a cumplir la difícil misión de conservar la especie, una lucha contra la debilidad biológica, la impotencia biológica, la incapacidad de evolución biológica (H. Vaihinger). Un mecanismo, por otra parte, en que la humanidad va cada día enredándose más, por decirlo así, y acabará ahogándose en su propia civilización, que crece paso a paso más allá de la fuerza y de los límites de la voluntad y del espíritu humano, y que se torna más y más indócil, más sujeta a sus propias leyes (O. Spengler).
¿Es realmente cierto todo esto? ¿Tiene plena validez esta corriente filosófica? Probablemente, no, porque tiene más agujeros que un queso emmental. Pero, ¿a que tiene un atractivo turbulento y nada desdeñable?
NOTA: La compilación de ideas sobre esta teoría viene recogida en la obra de Max Scheler: La idea del hombre y la historia (edición manejada: Editorial La Pléyade, Buenos Aires, 1972).
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