Según John Stott, la apatía es la aceptación de lo inaceptable. Este momento particular se dibuja así: rendido, abúlico, repetido e incongruente. No podemos cambiarnos, ni cambiar a otros. Existen personas que morirán mayores siendo exultantemente jóvenes y plenas de energía, y hay otras que desaparecerán con la misma edad, habiendo sufrido achaques mentales y desidia desde la treintena. Y hay que aceptarlo, se nos recomienda, que así es la vida.
En otro orden de cosas, mi desazón individual y ya definitiva en algunas cuestiones, no me resta voluntad para con mis chicos. Mis personajes de este tercer libro que se pasea entre mis manos. Ellos, que mandan para que yo obedezca, se resisten a la despedida, y ahí estoy cada tarde, viéndoles luchar, amar, sufrir, batallar y renacer una y otra vez, hasta que -desgastados- me den la orden de echar el cierre y dejarlos descansar…
Pero sé que me costará alguna lágrima su reposo, pues ellos son -literalmente- la esperanza, y cuando ya no estén conmigo, acompañándome hasta la noche, la apatía habrá ganado la contienda, y reinará insolente. Como tiene por última costumbre.
Hasta esa otra tarde del futuro en que me tome una copa de vino, me quede suspendida en el vacío imaginando distintos posibles, y me diga “¡qué demonios!”. Pero esa será, precisamente, otra historia…
Cuando se quiere algo de verdad, desaparecen del vocabulario las palabras aburrimiento, cansancio, desilusión.
Vivir plenamente produce un cansancio infinito, pero muy gratificante.
En la sombra, lejos de la luz del día, la melancolía suspira sobre la cama triste, el dolor a su lado, y la migraña en su cabeza.
Alexander Pope
Leyendo un libro, un día, de repente, hallé un ejemplo de melancolía: Un hombre que callaba y sonreía, muriéndose de sed junto a una fuente.
José Angel Buesa
La melancolía es un estado de ánimo situado entre el ombligo y la lágrima.
Juan Echanove