se podía ver prácticamente el infinito. Ávila y sus impresionantes murallas no tardaron en recibirnos. El Real monasterio de El Escorial era una visita obligada. Y por último, Valladolid, por motivos laborales, que conste que no fue por capricho. Sin embargo, ¡me encantó! Deseando volver a la mínima que pueda. Todo esto en apenas un mes, que quede claro.
Días antes de marcharme con dos grandes y pesadas maletas al aeropuerto, me los pasé empaquetando y vendiendo cosas a la vez que llevaba mis objetos personales a un trastero de Palma. Fueron días muy moviditos, por no decir odiosos. Y es justo cuando descubro que mis vecinos son los mejores que he tenido en mi vida y que, por esta misma razón, les he tomado un aprecio que jamás habría imaginado llegar a sentir. Pero no es solo a ellos a quienes echo de menos, sino a todos mis familiares y amigos, casi hermanos, casi primos… No hay tristeza, ni llanto. Es tan solo un abrazo que se va ganando en peso y achuchabilidad según van pasando los días, y que muy pronto voy a poderlo dar, aunque mejor si el abrazo es mutuo.
¿Qué decir? La vida cambia, y de pronto gira y gira como una noria, donde, en cuyo paseo no esperaba dar. O sí, ya lo dije mil veces: «Sé que mi vida no acaba en Mallorca, pero tampoco sé dónde voy a terminar». Y nunca se sabe, al igual que ignoraba que en apenas 30 días visitaría tantos lugares.
¡Besos y abrazos!