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Apocalipsis IV

Publicado el 07 noviembre 2013 por Cayetano

Apocalipsis IV

Un apocalipsis muy especial el de Brueghel el Viejo

Pero el término Apocalipsis, además de su carga de amenaza bíblica y destructora, también tiene otros significados: fin de una era, final de viaje de un mundo que se presuponía estable y eterno.

¿Qué es lo que termina?

¿Tal vez esta civilización? Y aquí enlazaríamos conceptualmente con el término de "decadencia".
Aunque sería una "decadencia general" o "global".

Nadie parece dudar a estas alturas que vivimos en un mundo desquiciado, basado en el consumo compulsivo, en la competitividad, en la escasez. Como dice Luis Racionero en la introducción de ya un clásico en este asunto (1), "la idea de que no hay bastante para todos originó la paranoia colectiva en que está basada la sociedad actual." Y sigue argumentando que el miedo a que nos quiten lo nuestro lleva a gastar fabulosas cantidades en seguridad y en ejércitos. Y el mundo se construye en torno a la riqueza que la sociedad es capaz de acumular. Se valora el ser rico, la eficiencia, la productividad, el poder, el éxito...Y se dejan de lado otros valores más humanísticos, como la creatividad, la solidaridad o el amor.

Según Erich Fromm (2) esta forma de vida nuestra basada en el consumo nos lleva a una creciente ansiedad y no nos hace felices. De hecho, los porcentajes de alcoholismo, delincuencia y suicidios son síntomas de que esta sociedad no es feliz y está enferma.

Según datos facilitados por la Organización Mundial de la Salud (3), antes de que se iniciara la crisis financiera y mundial, entre los países con mayor índice de suicidios se sitúan naciones ricas como Suecia, Finlandia, Bélgica, Japón, Francia o Alemania. Y algo curioso, países mucho más pobres que los citados, como Grecia, Guatemala, Honduras, Colombia o Egipto, tienen -o tenían- una tasa mucho más baja.

Y en esta sociedad nuestra, con el fin de justificar a ultranza el modelo socioeconómico que disfrutamos o padecemos, también se habla mucho de la libertad.

Hoy a muchos se les llena la boca con esa palabra, pero casi siempre que hablan de ella lo hacen en términos económicos. Nos acordamos más de Adam Smith que de Voltaire, por ejemplo.

La libertad económica. La del "laissez faire"

La libertad de los mercados, porque la del individuo no existe.

La verdadera libertad es una quimera.

Desde que nace, el individuo no es libre, porque debe aceptar una cultura vigente que se le impone como única y verdadera, unos ideales, una forma de ver la vida desde una perspectiva "políticamente correcta". Cuando alguien osa proponer soluciones a los problemas actuales que se salen del guión correcto, se le mira como a un bicho raro, se le critica o se le tacha de "marginal" o "revolucionario". Se vuelve un personaje incómodo al que se estigmatiza y se le tiende a excluir de columnas de opinión y de tertulias, porque el sistema ha trazado unas líneas rojas que nadie debe traspasar.

Pero la pregunta es ¿puede mantenerse mucho tiempo más un mundo basado en la competitividad, en el consumo desaforado y en el lucro? ¿Es sostenible, naturalmente hablando, un planeta cuya meta es la producción y el consumismo ilimitados, cuyo método para conseguirlo es la destrucción y el deterioro del medio que habitamos?

¿Será esa la señal inequívoca de que nos vamos acercando al verdadero apocalipsis?

(1) Luis Racionero, Ensayos sobre el apocalipsis. Kairós. Barcelona, 1973. Pág.13.

(2) Erich Fromm, Op. Cit. Pág. 29.


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