Aproximaciones al mar

Publicado el 26 julio 2015 por Horacio Beascochea @ecosymatices

No me gusta el mar. De muy chico pisé alguna vez una playa. Puedo adivinar (o reponer, quién sabe) una sombrilla con mis viejos protegiéndose del sol, quizás a un pariente, anfitrión de su casa en la Costa y un diálogo sobre "un país que se iba a la mierda". También los aplausos porque alguien se había perdido. Si indago un poco más, crece el temor a las olas grises que parecían devorarse todo, la sensación de que algo me inquietaba, más allá de la arena, el barro entre los dedos y la gente a mi alrededor.

Lo intuí tiempo después. Alguien confesó unos vuelos espeluznantes y pensar en el contacto de los cuerpos contra el agua me estremeció. Sé que el océano devolvió algunos pero se tragó a la mayoría. ¿Estaban presentes en aquel miedo? ¿Era su forma de interpelarme? Quizás no y es solo mi desconfianza en quienes que se aglomeran en la ciudad y se abrasan en la playa.

"El libro de los abrazos" fue uno de los tantos que leí de Galeano. Me enamoré de su "La función del arte/1", el pedido que hace Diego. Cuando te lo conté, me miraste a los ojos y sonreíste. El brillo en tu ojos negros fue el anticipo de una siesta perdido entre tus lunares.

Caía la tarde cuando lo decidimos, sería el primer viaje juntos, "contra viento y marea", bromeé. Volvimos a vernos dos o tres veces, sin presiones, eufemismo hipócrita para no arriesgar parejas estables.

Aventuro que cada encuentro deja heridas. Las mías tardan en cicatrizar y la risa de la chica en el parque me recordó a la tuya. No lo pensé demasiado. El chofer maneja acostumbrado por una ruta sinuosa ¿Seguirás con el mismo número?. "Ayúdame a mirar", escribo mientras tomo la fotografía y las olas golpean contra la costa.

No contestaste. No sé qué esperaba. Te cuento. Invierno, poca gente en la playa. Un hombre pasea un siberiano que chapotea en el agua y una pareja toma mate sentada en la arena. Él susurra algo y ella sonríe. Podríamos ser nosotros.

A tono con nuestra promesa, traje los versos que escribimos juntos, un cadáver exquisito y premonitorio, ángel para un final. Estoy tentado de releerlos pero lo descarto. Ya no me persigue tu mirada y prefiero que siga así.

Miro el papel amarillento, sé que retiene tus trazos, la ilusión de rescatar lo que no fue. Podría arrojarlo en una botella y que este viaje termine de ahogarse en la cursilería. Quizás naufragó antes de iniciarlo. O se trata de clausurar etapas, no sé. Hago un bollo de papel y busco un cesto de basura.

La chica se ríe pero no es tu sonrisa.

No hay caso. No me gusta el mar.