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Aquellos para los que no hay lágrimas que derramar

Publicado el 15 diciembre 2012 por Rafael García Del Valle @erraticario

 obama llora

La princesa está triste…, ¿qué tendrá la princesa?
Los suspiros se escapan de su boca de fresa,
que ha perdido la risa, que ha perdido el color.
La princesa está pálida en su silla de oro.
Está mudo el teclado de su clave sonoro,
y en un vaso, olvidada, se desmaya una flor.
El jardín puebla el triunfo de los pavos reales.
Parlanchina, la dueña dice cosas banales,
y, vestido de rojo, piruetea el bufón.
La princesa no ríe, la princesa no siente;
la princesa persigue por el cielo de Oriente
la libélula vaga de una vaga ilusión.

La vaga ilusión se llama Primer Mundo, donde se prohíbe todo aquello que perturbe la calma y bienestar de sus ciudadanos. Por prohibir, se prohíbe hasta la muerte. ¿Cuántas fotografías existen donde se vea siquiera la mano de un cadáver entre los escombros del World Trade Center tras el 11 de septiembre de 2001? ¿Cuántos periódicos de Nueva York abrirían con la foto en portada de un vagabundo muerto en la Séptima avenida? Y sin embargo, cuántos son los rostros vejados del resto del planeta, capturados por decenas de fotógrafos y exhibidos por decenas de miles de medios de comunicación para mostrar el horror del mundo.

El horror del mundo. Porque Estados Unidos, o Europa con sus tres niñas muertas, ya no son el mundo. Forman Seaville, la ciudad-decorado donde se realiza  El show de Truman, dentro de su esfera estanca, donde más de dos muertes violentas entre la clase media suponen, al contrario que en el resto del planeta, una tragedia por la que miles de millones de personas han de arrodillarse y orar. Orar y sentir. Sentir y llorar.

Sobre todo llorar.

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En el resto del planeta y entre clases bajas, es cosa normal la muerte innecesaria, justificarán los ciudadanos escandalizados frente a sus veintisiete niños muertos. Pero aquí no. Aquí es un acto inhumano al que sólo un bárbaro permanecería ajeno sin romper, aunque sea con un minuto de silencio, la rutina diaria que ninguna hambruna o guerra por el petróleo, ni siquiera por la savia de la amapola, han conseguido jamás quebrar.

En la sociedad consumista tardo-capitalista, como le gusta llamarla a Slavoj Žižek, lo cotidiano es una ficción de la que se ha expulsado todo lo que perturba el bienestar. La vida adquiere la consistencia de un fraude en el que los ciudadanos se comportan como actores que interpretan los guiones creados por los anuncios de televisión.

La ficción se vive como realidad. Y lo Real se almacena como ficción.

Los elementos desagradables se empaquetan en películas con etiqueta hollywoodiense: catástrofes, violencia, corrupción, vicios, etc. Al mismo tiempo, los horrores del Tercer Mundo son imágenes proyectadas por la televisión que no conectan con la realidad cercana. Lo macabro se concibe como ingrediente de lo fantástico o de lo muy lejano, pero nunca de lo cotidiano.

De esta forma, cuando lo Real desgarra, tarde o temprano siempre lo hace, el velo de la ficción en que la sociedad de consumo ha convertido su “realidad”, el espacio simbólico que determina su experiencia, se produce el shock ante “lo imposible”. El llanto ante “tanta injusticia y maldad”.

El corazón de las tinieblas no está subiendo cientos de millas el río Congo. El capitán Willard de Apocalypsis Now no tiene que adentrarse en lo más profundo de Vietnam para encontrar a un coronel Kurtz enloquecido por la vida desnuda. Son sólo metáforas que el ciudadano del Primer Mundo ha creído, ha querido creer, localizaciones reales en su engaño autoinfligido para espantar el terror lejos de su no-vida. Las tinieblas están a cada paso dado en cualquier metro cuadrado donde haya un ser humano, por muchas luces de navidad que se cuelguen para recrear la fantasía.

Žižek lo llama el “efecto de lo irreal”: lo Real mismo, para poder ser soportado, tiene que ser percibido como un espectro irreal de pesadilla.

Y sin embargo, estas “anormalidades” que quiebran la esfera de cristal de Seaville parecen ser las excepciones que confirman la regla: el Primer Mundo ha tenido éxito en erradicar lo Real de su territorio. Por eso veintisiete niños hacen llorar lo que no consiguen 25.000 criaturas diferentes y ajenas al Primer Mundo cada día.

En el último año, unos 8,8 millones de niños y niñas, menores de 5 años, murieron en todo el mundo.  Aunque esta cifra supone una impresionante reducción respecto a la mortalidad de décadas pasadas, no se puede bajar la guardia, porque son muertes por causas evitables:

  • Algunas son provocadas por enfermedades prevenibles, como la neumonía, la diarrea y el paludismo. Otras se producen por causas indirectas, también evitables, incluidos los efectos de los conflictos armados y el VIH/SIDA.
  • La malnutrición, una higiene deficiente y la falta de acceso al agua potable y saneamiento adecuado contribuyen a más de la mitad de estos fallecimientos.
  • Se estima que dos terceras partes de las muertes neonatales y de niños y niñas de corta edad se podrían evitar.

(Fuente: Unicef)

Sólo una apreciación. No son causas evitables. No desde que decidimos que nunca renunciaremos a nuestro estilo de vida, porque esta es la vida que merece la pena, la no-vida, aquella donde el sabor de un filete y un buen vino directo al paladar convencen a Cypher para regresar a la simulación de Matrix.

Todas las grandes civilizaciones tuvieron esclavos para mantener el nivel de vida de los ciudadanos, esos humanos con derechos. Y en esta época no existe la excepción. Sencillamente, el deseo obsesivo hasta la obscenidad de una vida larga y placentera como único motivo para existir debilita las capacidades del ser humano y, por tanto, es necesaria una alta dosis de hipocresía para resistir en la ficción sin que se quiebren las conciencias.

Giorgo Agamben ha rescatado para la era de la globalización el concepto de homo sacer. En el derecho romano, esta era la figura de quienes no constaban como ciudadanos dentro de la ley y, por tanto, cuyas vidas no tenían valor alguno, pudiendo ser asesinados sin que ello constituyera motivo de delito. Pero no podían ser sacrificados, pues no eran dignos de los dioses.

En esta era, es el ser humano expulsado de su contexto social y cultural, convertido en un objeto desechable al que se puede eliminar, física o mentalmente, sin que ello suponga una causa punible. Para Žižek, el homo sacer actual se identifica con cualquiera que sea el objetivo de la ayuda humanitaria: “aquel que habiendo sido privado de su humanidad plena es cuidado de una manera paternalista”. Desde familias desnutridas del Tercer Mundo hasta viudas desahuciadas por impago en Grecia o España.

El homo sacer de esta era tampoco es digno de ser sacrificado al viejo dios rescatado por el capitalismo, el todopoderoso Moloch, que sólo acepta las vidas de aquellos que, en su capacidad de consumo, pueden entregarse al Sistema en completo estado de fe hipnótica:

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Dice Agamben que el punto de partida con respecto a los derechos humanos es el punto cero. Todos estamos excluidos hasta que, por razones de política, se nos conceden derechos como un gesto secundario conveniente a determinadas consideraciones estratégicas. No cree en la posibilidad de renegociar el estado del homo sacer, permitiendo que pueda llegar a ser un ciudadano. Al contrario, la democracia es una máscara que oculta el hecho de que todos somos homo sacer. Formamos parte del mundo administrado de que hablan Adorno y Foucault, donde el único sentido del ser humano es su utilidad como objeto del desarrollo.

Las temáticas de los derechos humanos, la democracia, la regulación y la ley, y otras semejantes, son reducidas, en último término, a la máscara engañosa de los mecanismos disciplinarios del “biopoder”, cuya máxima expresión son los campos de concentración del siglo XX.

(Žižek, Bienvenidos al desierto de lo Real)

En Europa, estamos reconociendo por fin que nuestros derechos democráticos no eran sino esas máscaras tras las que se esconden mecanismos disciplinarios. Sólo una economía próspera garantiza nuestros derechos, de modo que hay que renunciar a ellos para levantar la economía. Si lo primero que se sacrifica es aquello por lo que se lucha, la lucha no tiene sentido, al menos no el que se quiere soñar por no poder hacer frente a la realidad.

Y ello es así porque el ser humano ha sido sustituido por el homo economicus en la más perfecta metonimia que ninguna obra de ficción lograra imaginar nunca, genialidad creada por John Stuart Mill: “el hombre como un ser que, inevitablemente, hace aquello con lo cual puede obtener la mayor cantidad de cosas necesarias, comodidades y lujos, con la menor cantidad de trabajo y abnegación física con las que éstas se pueden obtener”.

La muerte fuera de la esfera de cristal es, por tanto, inevitable en este contexto. No es motivo de lágrimas, sino condición indispensable. La poca humanidad que le queda al homo economicus se justifica en expresiones de lo que se denomina “deseo imposible”. Puesto que no se puede cumplir, no hay peligro en desearlo. Su única razón de ser es calmar conciencias.

Un ejemplo muy significativo de ello, ofrecido por Žižek en el libro citado, es la amenaza que, en 1994, Cuba emitió a Estados Unidos advirtiendo de que, si no cesaban las incitaciones a la deserción, el gobierno de Castro daría libertad a sus ciudadanos para emigrar. La llegada de miles de balseros, días después, puso en un aprieto los deseos de Estados Unidos, que se vio obligado a tomar medidas especiales para impedir la entrada de tantos indeseados.

Porque es un deseo imposible, ningún país fuera del palacio de cristal de nuestra princesa podrá abrazar jamás la democracia real, ya que “cualquier emergencia democrática podría desencadenar actitudes antiestadounidenses”. El disfraz de defender los derechos humanos esconde lo que verdaderamente se defiende: el bienestar occidental.

En 1997, Brzezinsky escribía The Grand Chessboard, donde reflexionaba sobre la necesidad de mantener el continente asiático en permanente fragmentación, pues era la mejor forma de evitar problemas serios a los Estados Unidos:

In brief, for the United States, Eurasian geostrategy involves the purposeful management of geostrategically dynamic states and the careful handling of geopolitically catalytic states, in keeping with the twin interests of America in the short term preservation of its unique global power and in the long-run transformation of it into increasingly institutionalized global cooperation. To put it in a terminology that hearkens back to the more brutal age of ancient empires, the three grand imperatives of imperial geostrategy are to prevent collusion and maintain security dependence among the vassals, to keep tributaries pliant and protected, and to keep the barbarians from coming together.

Cuatro años después, y tras varios documentos publicados en la misma línea, sin duda Estados Unidos tuvo mucha suerte, y el mundo civilizado también, de que unos terroristas violaran el espacio aéreo más protegido del planeta y, debido a que ese día numerosas leyes de la Física, así como de la Criminología, quedaron anuladas en la Gran Manzana, “obligaran” a declarar una guerra de “justicia infinita” que, once años después, sigue manteniendo fragmentado a medio mundo…

Si Moloch necesitaba sacrificios extras, estos debían ser ciudadanos dignos de los dioses y por los que mereciera la pena llorar.

Últimamente, he estado enganchado a una serie de la HBO, Boardwalk Empire. Se desarrolla en la Atlantic City de los felices años 20, cuando comenzaron a prosperar los gangsters y la sociedad encontró gusto en el desarrollo de la frivolidad. Una de las protagonistas es una joven viuda irlandesa, Margaret Schroeder, que encuentra la ayuda de Nucky Thompson, el tesorero del condado y el director del cotarro mafioso de la ciudad.   Margaret se convierte en su amante y finalmente en su esposa, dándole así un futuro a sus dos hijos pequeños. Sin embargo, hay veces que le cuesta mantenerse ignorante del origen de su fortuna. Nucky extorsiona y asesina, pero ella “no sabe nada”, sólo que sus hijos son felices y su marido es bueno con ellos. Se dedica a la filantropía, organiza actos de caridad y realiza suculentas donaciones a la Iglesia. Así logra no perder la sonrisa…

Para que la ciudadana Margaret sea feliz, es inevitable que la extorsión funcione, y ello requiere asesinatos que es mejor no conocer y negocios por los que es mejor no preguntar a su buen y amante marido, confiando en su labor de gobierno por el bien de sus allegados.

Pero Margaret y Nucky tienen corazón. Cuando su hijita contrae la polio, lloran mucho. Y media ciudad con ellos.

El mensaje que las noticias transmiten hoy es sólo uno: lloremos y recemos porque, en el Primer Mundo, lo Real ha invadido el parque temático de nuestra ficción colectiva, y eso falta a todo sentido del decoro…

¡Pobrecita princesa de los ojos azules!
Está presa en sus oros, está presa en sus tules
en la jaula de mármol del palacio real;
el palacio soberbio que vigilan los guardas,
que custodian cien negros con sus cien alabardas,
un lebrel que no duerme y un dragón colosal.

He compilado un vídeo con escenas necesarias para que la sociedad del consumo siga funcionando a buen ritmo. Una esencia aterradora a la que pocos atienden, pero la única que permite existir a esta civilización del entretenimiento.

Se albergarán deseos imposibles para el homo sacer. Y lágrimas dolientes para los niños de Connecticut, porque jamás tendrán “cumpleaños, graduaciones, bodas”…

En palacio no debía suceder…

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