—¡Que no escape esa zorra viva! —gritaba el hombre maniatado.
Era consciente de que moriría allí, pero antes, esos malditos bastardos saltarían por los aires.
—¿Te acuerdas de lo que me dijiste cuando nos conocimos?
Escupió.
—Seguiré siendo una puta, cariño, pero tengo asientos de primera.