Ana se mira en el espejo mientras intenta disimular sus ojeras con maquillaje. El justo, pues no quiere parecer una muñeca restaurada. Duerme regular aunque mejor que hace meses y ha reducido la dosis con la que tiene que ayudar a Morfeo con Lorazepan, limitándola a aquellos en que su cuerpo está tan cansado, que sabe que por el propio agotamiento no podrá conciliar el sueňo. Dormir mejor la hace sonreír, pues recuerda que hace meses no dormía más de tres o cuatro horas diarias.
Mientras se peina, se pregunta mentalmente cómo ha sido capaz de resistir tantos avatares anímicos sin que su cabeza haya hecho clic. "Soy una luchadora", se dice mentalmente, mientras comienza a cepillar su cabello.
Ha quedado con una amiga de nuevo y no porque no tenga amigos, sino porque cuando desea consejo, recurre a amigas y no a amigos. "Las mujeres tienen amigos", piensa, "pero si estos han sido amantes, la relación es un tanto tensa aunque se desee que fluya libre. A pesar de eso, Ana ha sido capaz, no sin esfuerzo, de conservar como amigos a quienes fueron amantes, salvo dos excepciones: un vividor que consideraba inaceptable no ser él el único que jugase y un hombre que la amó creyendo que lo hacía sin las ataduras de los convencionalismos y, en realidad, arrastraba sus cadenas como fantasma y con el ruido de tanques y morteros de fondo. El balance, pues, había sido positivo. Ana ha conseguido ser amiga de sus ex amantes al dejar de pensar que una vez sintió algo por ellos, pues ha descubierto que sabe remar hacia adelante y que el pasado es un cuchillo que, si no lo sueltas, puedes acabar autolesionado.
Recuerda Ana que antes le era complicado mover su barca de sitio. Incluso, aún hoy, hay momentos en que fondea y contempla el paisaje. Lo ha conseguido a base de desearlo con intensidad y ha logrado que sople una brisa suave a su alrededor, la cual le ha ayudado a manejar los remos con cierta soltura.
Ahora sueňa,vive, sonrie y recuerda sin dolor, mientras se da rimmel y un leve toque de gloss en sus labios. Su boca, que tantas bocas ha besado en los últimos tres aňos, no es, curiosamente, la parte de su rostro de la que se siente más orgullosa. Sin embargo, aún el sabor de cada uno de sus amantes perdura en ella y no lo percibe como algo que desee olvidar sino como una sabia lección de vida, de la que, por primera vez, está sacándole partido. Porque la vida, para Ana, es un limón al que se debe estrujar para hacerse una rica limonada con él y ella lo hace ahora. Lo quiere todo, todo le pertenece y se merece toda la felicidad del mundo. Nadie podrá ofrecerle menos si quiere montar en su barca. Su sonrisa es la sonrisa de lo que ya ha dejado de doler. Cada vez que hace ese gesto, Ana ya no piensa en los errores sino en los aciertos. Uno de ellos es haber aprendido a preservar su intimidad y hablar solo de su vida privada a quienes se alegran de sus logros con sinceridad y no critican sus errores. Así que solo habla de su mundo interior y de sus ilusiones con sus más íntimas amigas pues, aunque tiene amigos y posee también amigos que antes fueron amantes, el secreto del sonrojo de sus mejillas de un tiempo a esta parte, se lo reserva para ella y para un par de amigas. A nadie más ha decidido hacerle partícipe de sus días azules pues tiene muy presente que pocas personas le regalaron momentos azules sin contraprestacion. Algunas incluso hicieron oídos sordos a sus demandas de ayuda. Así que Ana ha comenzado a reconsiderar su actitud hacia los demás y ahora da en la medida en que recibe e incluso menos. Antes recibía una cucharada y daba un cazo con alegría y siempre acabó rota. Esos tiempos acabaron. Su tiempo es ahora solo para quien le regale el suyo, sus sueňos para quien de verdad desee soňar con ella y dará solo a quien antes haya dado muchas veces.
Mientras reflexiona sobre todo ello, entra en el cuarto de baño uno de sus hijos y le suelta un piropo. "Qué guapa estás, mamá." Ana abraza a su hijo, casi lo estruja. El joven hace lo mismo con ella. "Voy a tomar un café con Adela. ¿De veras estoy guapa?" "Eres un bombón", comenta el joven. Ana sonríe y cuando su hijo sale del baňo, repite: "Soy un bombón y no hay excusas que dar a alguien como yo". Y es que Ana ha cambiado mucho de un tiempo a esta parte. Lo ha hecho gracias a una casualidad, nacida de otra y esa a su vez de otra y otra. "La vida", se dice Ana, "es una barca que debemos gobernar con firmeza pese a las adversidades y el viaje tiene como destino alcanzar una playa de arena blanca y fina. Un buen día y por azar, el último grano que coges, ese que nunca esperas tener en tus manos, es azul y no blanco. Llega cuando toca, ni antes ni después. Pero cuando lo hace, no valen excusas, pues un grano de arena azul y haberlo encontrado por casualidad, es como encontrar en un campo un trébol de cuatro hojas. Debe guardarse en el alma, pues pone en tu cara una serena sonrisa."
Ana llama a su amiga para confirmar su cita y esta la nota jovial y alegre.
-¿Recuerdas esa tienda de decoración en la que vimos la semana pasada ese cuadro tan bonito?
-¿El de las mariposas azules? ¿El que no pasaste de mirar? Era un poco caro, en mi opinión,
-Adela, para ti algo es ya caro si no te lo regalan. Quiero comprarlo. Lo pondré en mi dormitorio, en la pared que te comenté. Vamos a por el y dejamos el café para después.
-¿A qué vienen tantas prisas?
-A que no quiero que lo vendan y a que ese cuadro es el que necesito.
-¿El que necesitas? Últimamente estás de un rarito... La semana pasada me hablabas de barcas y playas, me cuentas que encontraste tu grano de arena azul y ahora me haces que vayamos deprisa y corriendo a por un cuadro de mariposas azules. ¿No quieres contarme nada?
-Bueno, una cosa sí, que estoy muy feliz y que soy un bombón.
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