Este mensaje me produjo un sentimiento contradictorio (y estoy seguro de que a Rufián también). En parte me hizo ilusión comprobar que alguien que seguía nuestro blog se lo tomaba tan en serio… pero también me produjo tristeza el que se pudiera pensar que Argos ya no era importante para mí.
Porque no es así.
Como ya conté, Argos ha sido mi primer perro. Lo tengo desde que él tenía 15 días y en octubre cumplirá 16 años. Nada podrá borrar eso. Siempre será mi primer perro: un perro con carácter, a veces hasta un poco dominante, pero jovial y listo (con él he vivido experiencias muy divertidas) y muy, muy familiar... Y eso no va a cambiar nunca... Pase lo que pase.
Evidentemente, ahora Argos es un perro anciano. Y sí, como decía en la primera entrada sobre él, tiene artrosis, ya no oye ni ve como oía y veía, tiene un bultito junto al hígado… e incluso de vez en cuando se despista y no sabe bien dónde está. Pero es Argos, mi perro: el perro que ha estado conmigo toda mi juventud; el perro con el que fui a ver mis notas de selectividad e hizo que yo la viera el primero cuando las pegaron en una ventana sobre su cabeza y comenzó a ladrar al ver que todo el instituto se aproximaba; el perro que vino conmigo a todas las manifestaciones estudiantiles y que se volvió a casa solo desde alguna cuando le pareció que ya era hora; el perro que conoció a mi primera y errónea pareja; sí, el perro de mi juventud, el perro de un cuarto de mi vida.
Mucho días me pongo un poco de mal humor cuando algunas personas, al verlo caminar viejo y torpe, me recomiendan, de mejor o pero manera, que lo lleve al veterinario para que todo acabe. Porque pienso que la gente no asume que la vida tiene sus etapas, que existe la juventud, pero también la vejez, y que un perro no merece morir por ser viejo. Y a mí me gusta la juventud y la alegría de Rufián, su energía y curiosidad antes la vida… pero también respeto la vejez y dignidad de Argos, todo lo que ha vivido y lo que me ha dado, cómo demuestra aún que me quiere y que desea seguir con los suyos.
Porque si Rufián es, como el nuevo Citroën Ds3, lo anti retro, Argos no es lo retro, Argos es la experiencia, Argos es toda una vida con sus diferentes etapas.
Y en esta etapa trato a Argos como se merece, como se ha ganado después de tantos años. Y le doy un pequeño desayuno de pienso y media pastilla de Traumeel y una de Sam-E a días alternos para la artrosis, el hígado e incluso el humor. Y una pequeña comida a base de arroz cocido con pechuga de pollo y un poco de verdura y pescado, para que lo digiera bien, con su multivitamínico para perros ancianos, su medio comprimido con glucosamina, condroitina y MSM para la artrosis y sus cápsula de aceite de pescado y de lecitina de soja para la inflamación, el corazón y el cerebro. Y una pequeña cena de arroz, pollo y pienso con otra media pastilla de Traumeel y otro medio comprimido de glucosamina, condroitina y MSM. Y, después del último paseo de la noche, antes de acostarnos, Argos , Rufián y yo nos repartimos una manzana roja y una raja de sandía, y a él le parto su parte en pequeños trozos para que no se lo trague todo como un loco. Y, después, llevo la camita que le compré hace unas meses para que estuviera más cómodo, y la pongo a los pies de mi cama, y Rufián se tumba con cuidado a su lado en la alfombra y, como una peculiar manada, dormimos hasta el día siguiente.
Y cuando llega el día siguiente salimos a explorar el parque. Rufián cincuenta metros delante. Argos 60 metros atrás. Yo en el medio. Intentando saber dónde está Rufián a cada momento. Esperando a Argos el tiempo que sea necesario, lanzándole unas cuantas veces su pelota fucsia. Cepillándole con el guante. Dándole todas las caricias que necesita.
En estos días calurosos del verano, Argos camina un poco más despacio, con un poco más de esfuerzo. Cuando el sol luce perpendicular, hace que su boca se agrande y fuerza una sonrisa de cansancio, calor y casi ya eternidad. Sé, él mismo lo sabe, que cada día le queda menos tiempo. Quién sabe cuántos veranos más llegarán a ver sus ojos. Y, como le decía a mi querida lectora, cuando llegue su momento, porque a todos nos llega y a los perros un poco más deprisa, intentaré evitar que sufra inútilmente y me entristeceré, y eso será bueno, eso demostrará que estoy sano y tengo sentimientos, pero sobre todo pensaré si le he dado una buena vida y, si ha sido así, como creo que ha sido, lo recordaré con cariño. Y, cuando pase el tiempo necesario, pensaré que hay decenas de animales que son abandonados y maltratados a diario, como Rufián y tantos otros, y que nos lo darán todo por un poco de cariño y cuidados.