Artefactos para dibujar una nereida

Publicado el 12 noviembre 2019 por José Ángel Ordiz @jaordiz

VERSOS Y PROSAS DE ARTISTAS INVITADOS (9)

Hay personas (¡ay!) que se empeñan en destruir paraísos. Personas con voz y voto. Personas que lo consiguen. Y hay personas que se empeñan en construirlos. Personas generalmente sin voto (¡ay!) pero con una voz tan clamorosa y sentida y bella que no alcanzo yo a entender por qué casi nadie les presta atención.

-No mientas, jefe, sí lo entiendes.

-¡Tú tenías que ser quien hablase ahora, Rogelio, tú!

-¿Acaso yo no soy también tú, mal que te pese? Lo entiendes, lo entiendes de sobra.

-Eso es lo peor, sí, que lo entiendo. Pero tú, si también eres yo, deberías saber que no quiero entender ciertos asuntos, que en ciertas materias pretendo regresar a mis ignorancias primitivas.

Estas personas que intentan construir paraísos hasta en el aire de una página en blanco, que una y otra vez prefieren ver gigantes donde solo hay molinos de viento, son las que yo llamo artistas. Y en mi blog sí tienen voto y voz.

De modo que habla, Luis Manuel Pérez Boitel, cubano, poeta, amigo, artista, y

GRACIAS POR HABLAR AQUÍ.

CARTA ASTRAL PARA DIBUJAR UNA REALIDAD QUE NO ENCUENTRO EN TU NOMBRE

Qué puedo decirte, madre mía, a la hora del mal dormir entre jeringuillas y fragmentos de un linfoma que parece te llevaba poco a poco. Después del chinesco hospital, los cristales de la noche, el traspiés que oficia el cáncer entre tus arterias, cómo decirte tanta verdad, una verdad absoluta que no podría creer nunca, por la que respondías como un animalito tembloroso, el más frágil de los animalitos asediado por la multitud, imposible de entender en su propia sombra. La definición de un extraño sueño que descubro en tus ojos, en la planicie de tus ojos, por ejemplo, cuando acudíamos a la salita del hospital y yo te ofrecía regalos para que no imaginaras la sangre que faltaba, los estertores de esta aciaga existencia de la que no puedo despedirte. Entonces indagabas el porqué de aquella gente moribunda cruzando frente a nosotros, por qué tanta soledad en los rostros de los paseantes y de uno mismo. Nada nos era ajeno, ni apenas el día que me dijiste que no querías ir más al tratamiento, que ya las venas habían colapsado y que era algo injusto que no podía seguir ocurriendo. Entonces mirabas alrededor, y no hallaba razón ni pedestal, no hallaba el sendero para trasmitirte el estado de necesidad, las injusticias de Dios, y de la vida que siempre es incierta. Duró un año el temor, la súplica y el desasosiego de cuidar de ti, madre mía, de sentirme a tu lado el más pequeño de los hombres, un principiante, el incomprendido por la turba, el que escapó de todo pacto por alcanzar la felicidad, y tú no sabías nada; en ese instante donde decidí dejarlo todo a Dios, pero salvarte. Así fue la rutina de los días, la búsqueda por minimizar las secuelas de las quimioterapias y de tus venas necrosadas. Madre mía, qué difícil es dejarte en un poema para que elijas entre la pátina de la enfermedad y la manida palabra existencia. Qué difícil es dibujar una realidad que no encuentro en tu nombre, cuál misterio ofrece Dios para que la muerte no sea ni el fin ni el principio. A duras penas, puedo explicarte, madre mía, sobre estas cosas, y temo en el aciago tiempo que nos encumbra, mientras te preguntaba por los árboles del patio, por los días de navidad y la familia. Qué puedo hacer, madre mía, si no pude sustituir mis venas por las tuyas, si en tu mirada siempre encontré un rencor injusto, diría yo, amargo, por la inexplicable hora de la transfusión, por la herida que mucho más se hacía en mí junto al lamento. Nada sabías, madre mía, nada sabías. Cómo podré revivir tantos motivos diversos, fingir que se está feliz por el hecho de hablar de la felicidad. Callar simplemente, cambiar de conversación como si nada sucediera, pero es terrible el candil y la expectativa por los medicamentos que no llegan. Mientras prefiera que sigas peleando por la casa y el país, insistir que todo ha sido un sueño y tenga lágrimas nada más, y no pueda hablarte de porvenir, de los hijos que no sé si tendré; ah para qué tantas preguntas. Madre mía, si un día piensas que intenté escapar de esa realidad, que no cuidé bien de ti, que también he sido un animalito tembloroso perdido en su soledad. Qué puedo decirte, madre mía, que me perdone, que me perdone. (Artefactos para dibujar una nereida, 2013)

LA NATURALEZA DEL ESTÍO

I

Bajo los estertores, con el estío de estos corredores, en el mismo hospital que despedí a mi padre, hay un extraño en la misma cama, como si la escena se repitiera. Deambula la familia y nadie se atreve a decir lo inevitable, esa mixtura que hacen los días. Lo trascendente es mirarle a los ojos al enfermo, con rara vestidura él ya imagina su paso por el trasmundo, el códice de los que están saliendo del círculo. Contra todo pronóstico, quiere decir algo, mastica unas palabras sin remedio, ensaya una sonrisa, una simple sonrisa para evadir la mala racha; y el que está más próximo añade: ¡Parece que ya está mejor! Aunque sea esta una sonrisa para el que deambula, la parentela que deambula, para el que espera el turno. De un momento a otro abre los ojos el que está en la cama número veinticuatro, en la misma cama que despedí a mi padre, y así queda el cuerpo para no decir más, para no decir.

II

Bajo una luz descifro lo que nos va quedando. Territorio que nada podrá equiparar el vacío, lo mínimo, especie de arte minimalista para los que están sobre la cuerda. De un punto a otro solo hay dos puntos y un gran temor al salto, estoy en un hospital, en la cama de un hospital, en el centro de la cama misma que hace el centro donde la familia observa, a mi lado la familia, la familia como lado, como sustancia, brizna, imán de los días, días estos que pasan. Misterio de la media luz, una luz goteante, un lugar donde todos miran el reloj, sin conocer que contra la noche es el juego. El juego del que se suministra una sobredosis de seconal sódico, y es casi un cadáver exquisito, un cadáver para el día próximo, un muerto más entre tantos muertos.

III

El juego es contra la noche, en este hospital veo la familia como nunca, y yo que he sido el hereje, el buscapleitos, la mala cabeza, solo pido un minuto mientras el seconal sódico transite el cuerpo, el rostro del poema. El de la izquierda de mi cama mira horrorizado el próximo turno, su turno, la línea frágil que hace el cuerpo, el seconal sódico, para el que tiene la mirada fija, invisible para el tiempo mismo. Invisible para el que no quiere el turno y le dan un puntapié para que sea el muerto real. El juego es contra la noche, lo inerte, una especie de sobredosis, la alianza que Octavio Paz definió: la palabra en la punta de la lengua. Y la lengua se tuerce con el seconal sódico, y es promiscua, se deleita para que el cadáver exquisito tenga cierto sabor a gloria. El juego es contra la noche para que el muerto no sea un muerto común y corriente.

IV

Una sobredosis doblará mis arterias y siento el reino de lo intangible, de ciertas realezas. Bien sabía Pere Gimferrer: duró más que nosotros aquella rosa muerta. Duró más que nosotros las campanas del pueblo, y la callejuela donde mi padre vendía estampas de santos. Duró más, es cierto. La rosa muerta es una libación de pasado, un rostro que sentencia la belleza de aquella otra rosa muerta ya, de rosa misma en el lugar que estaba la belleza que pudo ser más evidente pues: duró más que nosotros aquella rosa muerta.

V

Dibujaría la penitencia, pero no lo haré. El beodo anuncia en estas páginas los viejos paisajes, la estigia. Mutilar lo exuberante, la vestal. Un sendero de cardos y ocujes, es el oficio que reconozco. Dibujaría entonces un mar y unos adolescentes desnudos ir por la pradera, pero no lo haré. El beodo husmea en la lluvia, en estas criaturas agónicas como toda criatura, inasible y fugaz. Dibujaría esa pequeñez familiar, ese reconocer a las criaturas distantes, pero no lo haré, pues contra la noche es el juego y no otra cosa. Es demasiado difícil el oficio de encontrar la criatura amigable, perfecta, como decir por ejemplo éste es el norte y allá es el sur verdadero, es demasiado divino, un don posible, en esa gama de luces advertir al poeta entre otras criaturas ocultas, que se despiden constantemente. Con tiranía, el celo del animal que se esconde en su propio círculo, pudiera incluso reconocer tales paisajes, entre el vacío y la redondez de la piedra que cae, pero no lo haré. Cuesta mucho el vacío y nada significaría rehusar al vacío ahora que hay mares y países para todos. Tendría que mentir en algo, pero no lo haré. Es duro reconocerse en los ojos del animalejo que empieza a morir frente a ti, poco a poco, mientras te empieza a matar, te consume. Asir el tiempo. Pájaros estos negros. ( Artefactos para dibujar una nereida, 2013)

Luis Manuel Pérez Boitel obtuvo en el 2002 el Premio Internacional Casa de las Américas en poesía con el poemario Aún nos pertenece el otoño, y en el 2013 obtuvo el Premio Internacional en Lengua Española Manuel Acuña que otorga la secretaría de Coahuila en México con el poemario Artefactos para dibujar una nereida, por citar dos de los muchos premios que ha logrado. Posee la Distinción por la Cultura Cubana que otorga el Ministerio de Cultura de la República de Cuba. Su obra ha sido traducida a varios idiomas y colabora con múltiples revistas literarias.

MUCHO MÁS SOBRE EL AUTOR Y SUS LIBROS EN: BOITEL