Revista Literatura

Arturo, el del bar

Publicado el 28 marzo 2010 por Ludwig
Arturo, el del bar- La verdad es que esta sociedad no me gusta - decía Arturo a sus contertulios sentados alrededor de una mesa de su bar -. Demasiado egoísmo, demasiada gente que vive para aparentar lo que no es, demasiada gente que se calla cuando algo no les gusta. Es una mierda.
- Tal vez la solución está en cambiar las cosas - dijo aquella chica rubia que hacía suspirar a Arturo.
- ¿Cómo? - preguntó él.
- Tal vez aplicándo lo que dices que hay que hacer para arreglar el mundo - dijo ella.
- ¿Donde quieres que lo aplique?.
- Aquí, en tu mundo, con la gente con la que te relacionas. A este bar viene mucha gente y tu puedes demostrarles tu manera de pensar.
- ¿Cómo?. ¿Dándoles el rollo a mis parroquianos?. En menos de un mes me quedaría sin clientela - respondió Arturo.
- Más bien con hechos y no con palabras - dijo ella -. Cuando actúas de una determinada forma, eso queda. Las palabras no son otra cosa que palabras y precisamente, son las palabras nuestro deporte nacional. Hablamos, criticamos, despotricamos y nunca actuamos.
- Quizás tengas razón - dijo Arturo, mirando a la mujer que acababa de entrar en el bar -. Perdonarme. Tengo cliente.
Se levantó y fue a la barra.
- Hola. ¿Qué te sirvo?.
- Un café, por favor.
- ¿Cómo te va? - le preguntó Arturo. Conocía a aquella mujer por otras veces que había entrado al bar. Sabía que era inmigrante. Venía de algún lugar de América del sur. Argentina, uruguaya ó tal vez chilena. Arturo era incapaz de diferenciar la forma de hablar de esos tres países y el acento de aquella mujer le parecía de cualquiera de ellos.
- No es fácil salir adelante. Por cierto, he estado haciendo unos huevos de pascua. Son totalmente artesanales y he dedicado muchas horas a hacerlos bien prolijos. Como estoy en el paro, la manera de sacar adelante a mi familia es vender los huevos de chocolate.
La mujer sacó de una bolsa un huevo. Estaba envuelto en papel de celofán, con hermosos lacitos. Arturo lo miró con detenimiento.
- Me gusta. Está muy bien hecho.
- Capaz que podrías ponerlos acá en el bar por si alguien quiere comprarlos.
- Y ¿quién querrá comprarlos, habiendo cerca una pastelería que también vende huevos?.
- Estos son mejores. Hechos con el mejor chocolate y con todo el amor del mundo.
- Eso sería buscarme problemas con la pastelería.
- Bueno. Siempre podés rifar un par de huevos. Ó cuando vengan tus clientes a ver el partido, podés hacer una porra con ellos.
- No gracias. No me quiero complicar la vida y esto me podría dar problemas.
La mujer no insistió, guardó su huevo, pagó el café y se despidió.
- Buen día.
Arturo regresó a la mesa y se sentó murmurando:
- Inmigrantes...
- Pues hubiera sido ésta tu oportunidad - le dijo la rubia.
- Oportunidad, ¿de qué?.
- De demostrar que eres consecuente con tu forma de pensar - le dijo ella con sequedad.
- No sé lo que quieres decir - repuso Arturo.
- Tenías delante a una mujer sin trabajo, con la entereza necesaria para gastar su escaso dinero en chocolate de calidad y fabricar huevos de pascua, para luego venderlos. Y tu la mandas a freir espárragos.
- Me hubiera creado problemas. Sus huevos no han pasado controles de sanidad.
- Tampoco creo que lo pasara aquel whisky de garrafón que servías el año pasado, después de traspasarlo a botellas de whisky bueno.
- Aquello era otra cosa - dijo Arturo, notando como le subía el color hasta las orejas.
- Sea lo que sea, a mi me demuestra una cosa - dijo la rubia -. Eres como todos los demás. Hablas por hablar y luego eres incapaz de poner en práctica aquello que predicas. Te paraliza el miedo. Tomar la decisión de ayudar a alguien sabiendo que te compromete, te da miedo. Eres incapaz de arriesgar nada por los demás, pero si por ti mismo. Y luego te llenarás la boca con palabras sabias rechazando el egoísmo de nuestra sociedad.
La rubia se levantó, sacó su monedero y tiró un billete de cinco sobre la mesa. Tras guardar el monedero, se puso la cazadora y se despidió.
- No olvides que tus padres también fueron inmigrantes. Ellos vinieron desde Andalucía. Adiós.
El resto de los ocupantes de la mesa fueron marchándose cabizbajos.
Cuando se quedó solo, Arturo pensó:
- Vaya. Creo que ahora si que puedo despedirme de hacer planes con esta chica.

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