Revista Literatura

Ascensor

Publicado el 09 marzo 2010 por Onomatopeyistas

Dos vecinos de la misma edad se encuentran en el ascensor. Tienen 20 años y llevan viviendo allí toda la vida.
— Qué tal.
— Hola.
— ¿Qué piso era?
— Cuarto.
— Cuarto, es verdad.
Ella le mira con una sonrisa, él piensa sobre su mirada. Siguen varios segundos de silencio, hasta que él vuelve a hablar.
— ¿Puedes hacer eso de nuevo?
— ¿El qué?
— Si puedes volver a mirarme de esa manera. Quiero decir... Llevamos 20 años viviendo en este sitio y ni siquiera sé tu nombre. Tampoco recuerdo el piso en el que vives. Realmente no sé nada sobre ti. Te he visto crecer. He subido con tus novios en el ascensor y he oído tus progresos con el violín. No sé cómo te llamas, pero me gustaría saber tu nombre.
— Soy Lucía.
— Lucía, encantado. Me encanta tu violín.
— Gracias.
— Yo suelo tocar la guitarra. Ya sabes. Todo el mundo toca la guitarra.
— Sí, yo también te he escuchado alguna vez. Y sí, tienes razón. Vamos por la vida sin pararnos a pensar. De hecho no lo hacemos casi nunca. ¿Cuántas veces nos hemos ido a la cama y le hemos dado vueltas a una idea abstracta durante 5 minutos? Pocas. Estamos en el siglo de la interactividad, pero pocas veces interactuamos con nosotros mismos y mucho menos con la realidad que nos rodea.
— Claro, de eso es de lo que se trata. Nos pasamos la vida yendo de un lado para otro, pedimos pizza a domicilio y hablamos con teleoperadores, pero nadie dice buenos días.
— Nosotros, por ejemplo. Podríamos haber sido buenos amigos. Ni siquiera lo había pensado. Supongo que no se conoce a las personas en un ascensor, ¿verdad? El maldito espejo te hace sentir como si te observaras a ti misma, como cuando te grabas la voz y te cuesta reconocerte.
— Démosle la espalda al espejo, entonces. Yo soy Mario.
— Encantada, Mario.
— Antes, en el colegio, siempre subía contigo. Luego crecimos y dejé de verte. Hasta que un día, apareciste de nuevo y habías crecido. Vaya que si habías crecido.
— Ahora estudio Derecho. Estoy menos tiempo en casa y bueno, supongo que tú también has cambiado.
— Tengo menos pelo y he desarrollado la inevitable capacidad de complicarme la vida. Sí. Pero aquí dentro todo sigue siendo bastante sencillo, ¿verdad?
— Sí. Pulsar un 4 o un 3. Decir buenos días o simplemente no decir nada. Mirar a las llaves o saludar a la otra persona.
— Este es mi piso. ¿Mañana a la misma hora?
— No lo sé. No, no creo. Puede que el lunes. Sí, puede que el lunes.
— Hasta el lunes entonces, ¿Lucía?
— Sí, Lucía. Que aproveche.
— ¿Qué?
— La comida, que aproveche.
— ¡Ah! Sí, sí. Gracias. Igualmente. Encantado Lucía.
Imagen: Twinfighter

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