Asesinato-Capítulo 10
Publicado el 13 marzo 2011 por GfgA media tarde, tras una corta siesta, se acercó a al bar donde había quedado con Trajano. El Hispano poseía esa belleza de lo asimétrico. Nada encajaba con nada. Ni mesas, ni sillas, ni vasos; probablemente ni personas. Encima, había bastante ruido para la poca gente que lo frecuentaba a esa hora. Una serie de tangos empalagosos sobrevolaban el lugar. Su amigo sindicalista llegó poco después. Venía forrado de ropa, bufanda incluida y algo resfriado. - Cuánto de bueno –dijo agarrándose del brazo pero sin acercarse demasiado–. No te beso porque estoy fastidiado, comentó con sorna.Malpartida pensó que la juerga debería esperar para otro día porque su amigo no estaba para demasiadas alegrías y querría marcharse rápido.– No te preocupes, tras mi época de taxista, estoy vacunado. Creo que jamás me he chupado tantos virus, pedos y estupideces en mi vida. Menos mal que ahora no tengo que aguantar a nadie. Miento, a mi hija y a mi pareja, pero no es lo mismo.– Bendito tú, amigo mío, porque yo estoy al límite. Me paso el día soportando a los cretinos de los jefes que están puestos por razones políticas y no tienen ni idea de lo que hablan. Paso vergüenza ajena, te lo aseguro. Y, al mismo tiempo, tengo que lidiar con mis compañeros de sindicato que no hacen más que llorar por todas las injusticias de la vida, hasta las de ámbito personal. Lo último que me han dicho es que tengo que intentar meter en el convenio el coste de las compresas. Has oído bien: compresas. ¡Lo que le faltaba a uno! – Sí que son brutos, macho, dijo Malpartida imaginándose el debate de la negociación colectiva entre si mejor compresas o tampax. El, como autónomo, no tenía esos problemas. No le importaba a nadie. Nadie cuidaba de sus intereses. Es más, era él y gente como él los que sufragaban a los demás con sus impuestos para no tener ningún derecho.– Tranquilo, que eso no es todo. También me toca pelearme con los otros sindicatos que son más paranóicos que nosotros y que, como el perro del hortelano, ni comen ni dejan comer. En fin, qué te voy a contar que no sepas. Estoy deseando jubilarme pronto. – No me extraña –contestó Ricardo que ya conocía a ese colectivo de cafres, y aun así le parecía mucho más sano que el de los taxistas. Por lo menos tenían horarios estables y contaban con una autoridad que el transportista de personas no podía ni soñar–. Ya somos dos, pero con esta mierda de gobierno me veo con ochenta años persiguiendo con cachaba a críos cabroncetes.– Dejemos de llorar. ¿Qué me cuentas? Hacía tiempo que no quedábamos.Era verdad. No se veían mucho, aunque se llamaban de vez en cuando y se seguían la pista. La ciudad no era grande y permitía encontrarse de forma casual con cierta facilidad. Tras ponerse un poco al día sobre algunos aspectos sin importancia, Malpartida comenzó a preguntar a Trajano sobre el caso. Le interesaba saber qué había ocurrido desde el día de la denuncia de la desaparición de Mato hasta el momento del descubrimiento del cadáver; y, sobre todo, las primeras deducciones de la investigación.Trajano, como siempre, le fue sincero. Era muy crítico con los procedimientos de sus compañeros. Pensaba que muchas veces la falta de una sistemática consolidada hacía que se cometiesen fallos tontos que arruinaban la investigación. Dependía mucho del grupo encargado del caso. Por desgracia era así aunque la opinión pública pensará que todo estaba bajo control. Sin embargo, en esta ocasión, el hecho de que la inspectora Barredo fuera la responsable del caso le dada un punto de seriedad que él apreciaba. – Me la tiré una vez cuando estaba en La Academiade Policía y le daba clases de psicología– le comentó, entre ufano y arrepentido.No recordaba que su amigo hubiera estudiado psicología. En cualquier caso, parecía que le había sacado provecho a la universidad. Fue entonces cuando Malpartida entendió por qué su amigo había querido ser siempre profesor de los nuevos agentes. Solía decir: no quiero que los deformen otros, mejor si lo hago yo mismo.– Buena en la cama, buena en la calle, buena en el laboratorio –sentenció con firmeza–. Seguro que lo descubre pronto. Desde luego antes que el resto de sus compañeros.Sin duda, pero a Malpartida no le pagaban para que la policía resolviese el caso, aunque Barredo fuese la tía más atractiva del mundo, que lo era, sino para que él aportase algo de valor, lo que fuese, distinto de la rutina de la pasma.– ¿Qué hizo la policía cuando se enteró? –le interrogó mientras vaciaban la segunda cerveza y encendían el cuarto pitillo.Según Trajano, sus compañeros utilizaban un protocolo especial para los casos de desaparición. Tras la denuncia se solía dejar pasar veinticuatro horas hasta que los agentes comenzaban a actuar. – La razón es simple. En el noventa y cinco por ciento de los casos los desparecidos regresan en ese periodo de tiempo. El problema es el cinco restante. Esas situaciones son mucho más graves.El sindicalista le contó que con Mato fue diferente. El hecho de ser una persona relevante hizo que el Consejero de Seguridad interviniese y comenzaran antes –extraoficialmente– las pesquisas. – No es legal ni ético, pero se hace. Eso sí, con discreción, sin informe alguno. Nadie quiere que se nos acuse de discriminación en favor de los mandamases.– ¿Y no encontraron nada?– No, pero al menos se comenzó a contactar a los hospitales y se distribuyó su foto entre las patrullas. Por otra parte, se hizo una especial vigilancia en aeropuertos, estaciones de ferrocarril y de autobuses. Aun así, no sirvió para mucho porque nadie obtuvo ninguna pista significativa que diera con él. Probablemente ya estuviera muerto.Trajano se mostraba sorprendido por el lugar y la forma en que había sido hallado el cadaver, pero no tenía mucha más información al respecto. Sólo rumores de las comisarías o de alguno de los patrulleros, comentarios que bailaban entre el suicidio y el asesinato, como la prensa, aunque él no lo veía claro.– ¿Cuál es tu opinión?– Me faltan datos, aunque no tiene pinta de suicidio. Este tipo de viejos no se quita la vida. Se creen demasiado importantes. Más bien acaban con los demás. Súmale que a esa edad no saben utilizar ni el mando de la televisión, como para cargar una pistola y utilizarla. En cualquier caso deja que me ponga al día con el tema y te paso algo de información. Por supuesto, sólo para ti, que no quiero problemas con mis superiores.La confidencialidad no era el fuerte de este país y menos en ese colectivo que se pasaba más horas hablando por sus móviles con sus amiguitas que vigilando las calles. Aun así, Malapartida aseguró que no saldría ni una palabra de su boca, como siempre. – Tendrás que volver a acostarte con tu ex alumna, comentó jocoso poniendo cara pícara.– No me importaría, pero sospecho que tras sucesivos disgustos se ha hecho lesbiana –contestó guiñando el ojo en plan malo.Cuando Trajano le preguntó por qué tenía tanto interés por el caso, Malpartida le mintió sin demasiados remordimiento diciendo que una compañía de seguros le había contratado para que hiciese un seguimiento del tema y completase el informe de la policía. No puso reparos. Tampoco parecía que le interesase en exceso dado su estado febril.La despedida fue corta ya que su amigo se iba encontrando peor por momentos. Ricardo se quedó todavía un rato apoyado sobre la barra y escuchando Por una cabeza de Carlos Gardel.