Al día siguiente no vio a nadie en la habitación. La americana había desparecido muy pronto y fue la mujer de la limpieza la que le despertó con sus golpes en la puerta y su intempestiva entrada. Recogió sus cosas con rapidez y huyó como si de un delincuente se tratara no fuera que tuviera que pagar la noche.
Había quedado con uno de los discípulos de Mato. Gracias a la información facilitada por el Presidente de la Academia de las Ciencias, había dado con Fermín Alegría, uno de los protegidos.
– No quiero hablar mal de mi mentor –dijo sin ningún atisbo de duda–. Era de lo mejor que teníamos.
El discípulo había salido respondón desde el principio. Pero Malpartida no tenía ninguna prisa y estaba dispuesto a exprimirlo como una naranja.
– Eso dicen, pero no debía ser un caballero con todos sus protegidos. Según se comenta en el ambiente, dejó a más de uno en la cuneta.
Alegría había estudiado ingeniería y había desarrollado su tesis doctoral con Mato. Este, una vez finalizada, le había colocado en la Agencia de la Energía en donde había desarrollado una brillante carrera como técnico en energías renovables hasta llegar a ser su director.
– Era un iluminado, un inspirador, pero en el sentido de los americanos, no en el europeo. Veía el futuro y sabía lo que quería. Cosa que no sucedía con sus congéneres. A partir de ahí, era violento para conseguir sus objetivos. No se lo niego. Pero es la única forma de avanzar en este país de funcionarios donde todos queremos un sueldo de la administración.
Malpartida compartía algunas de sus apreciaciones, aunque deseaba conducir la entrevista en otra dirección, quería profundizar en algunas de las afirmaciones de su hermano.
– ¿Siguió manteniendo una relación estable con él?
– Relativamente. Yo siempre le fui leal, pero Mato se fue enrocando en sí mismo. Hacía como que mantenía una ajetreada vida, pero por lo que sé, ya no era recibido en muchos sitios. Se le tenía como una persona que estaba perdiendo sus facultades. Así, cuando venía a la agencia los miembros del Consejo lo trataban como se trata a un anciano, no a un investigador puntero. A mí me daba vergüenza.
El detective entendía lo que le decía. Lo había visto en otras ocasiones con políticos que habían caído en desgracia y eran dejados en un segundo plano sin despertar ni siquiera la compasión de los suyos.
– Pero él seguía siendo un hombre que movía dinero, y que asesoraba a algunas empresas.
– Puede, no le digo que no. Probablemente se defendía como gato panza arriba. Pero sospecho que serían cosas secundarias, nada de importancia real. Ahora los grandes números están en manos de nueva gente que no tiene memoria histórica y que hace y deshace a su gusto. Mato era de una generación anterior. Y poco a poco los lazos se fueron rompiendo.
– ¿Sabe si estaba desarrollando alguna investigación en eso que se llama nanotecnología?
– Lo ignoro, aunque pudiera ser ya que es una disciplina que está despertando mucho interés en el mundo científico y va a dar mucho juego en los próximos años. De hecho en Estados Unidos ya tienen aplicaciones en el ejército. De todos modos, Mato siempre estuvo a la última en temas energéticos y seguro que buscó alguna salida.
Pero él no estaba al tanto.
– ¿Y en cuanto a posibles enemigos?
Alegría se quedó pensativo. Sí podía haber gente con un mal recuerdo del científico, pero no suficiente como para matarlo. Las personas no mataban por hechos profesionales. Al menos no en las sociedades modernas, quizá en Venezuela.
Sólo recordaba a una persona que se suicidó tras dejarla en ridículo en clase. Era una de las primeras mujeres ingenieras que estudiaba en la facultad. La sacó a la pizarra y delante de todos le llamó meoncilla. Ella se sintió ofendida y le increpó, lo que dio lugar a un intercambio de insultos en donde intentó dejarla en ridículo; y, al poco tiempo, se quitó la vida. El tema fue muy comentado, aunque nunca se supo si había tenido relación con el impertinente comentario o derivaba de algún otro problema psíquico.
Mato fue sancionado y alejado de la docencia pública, a la que no regresaría nunca más, aunque siguió dando clases en universidades privadas y en el extranjero.
– ¿Quién estuvo detrás de esa sanción?
Por lo que había sabido después, el claustro de profesores encargó a Vicente Núñez que analizara el caso. Era el encargado de revisar los temas disciplinarios en aquellos años. Su veredicto fue muy duro, aunque a nadie le interesaba que saliera a la luz pública. Fue, como tantas otras cosas, tapado.
– A Mato le sentó muy mal. No le gustaba en absoluto que le dijeran lo que tenía que hacer. Y juró vengarse.