Revista Literatura

Asesinato-Capítulo 39

Publicado el 02 octubre 2011 por Gfg

La reunión con el encapuchado le había dejado muy mal cuerpo. La imagen de su hermana destrozada por la bomba había estado presente en todo momento en la conversación y le habían dado ganas de vengarse allí mismo.A pesar de esos sentimientos encontrados, sabía que la información que le había facilitado el terrorista era valiosa. Confirmaba sus sospechas de que Mato se había ofuscado en algún momento y había querido convertirse en el salvador de su patria. Para ello, quería fabricar una bomba atómica. Eso debía haber despertado las alarmas de un montón de gente y, con toda probabilidad, su muerte.Las razones eran varias. Primero, porque Mato era un experto en física nuclear, y si alguien podía intentar una locura semejante era él. Además, estaba dolido con los de su entorno y quería demostrar que era mucho más listo y poderoso que el resto. Y, para colmo, tenía poco que perder a su edad y sin hijos. Segundo, porque mantenía contacto con muchísimas instituciones y personas relacionadas con la materia a las que, abusando de su buena fe, les sacaría información, contactos y posibles equipamientos, pero que también informarían de manera rutinaria a sus propias organizaciones y servicios de información para que interviniesen en caso de detectar alguna anomalía. Aparte, trabajaba en NANOTEC, lo que era una buena tapadera para sus cambalaches.Por último, ya que había terroristas en la zona que podían aprovecharse de ese artilugio nuclear para extorsionar al gobierno o para comerciar con otros grupos violentos –e incluso servicios de seguridad– a cambio de dinero, de armas, o de protección. En cualquier caso, la noticia debía ser ocultada a la ciudadanía por todos los medios porque no era concebible que eso pudiese pasar en un país occidental, en plena Unión Europea. Habían puesto todos sus recursos encima de la mesa: influencia en los medios de comunicación, complicidad en el mundo judicial, paralización del policial, e incluso involucración de los pobres rumanos que habían pagado el pato.Llamó a Francisco y le dijo que el caso estaba cerrado. No había sido capaz de encontrar al asesino o asesinos, pero había descubierto la trama y sabía que él era una parte minúscula de ella. Cuando se vieron en el portal, le contó lo que había comprobado, pero el portero le miró extrañado y apenas le creyó. – Es demasiado fantasioso –argumentó–,  y ni en las novelas americanas ocurren esos hechos. Desde luego, no en esta ciudad.Ese es el problema de la literatura actual, es demasiado previsible y nadie se la cree.En cualquier caso, el portero no se equivocaba. Nadie le iba a tomar en serio. Eso pensarían todos los ciudadanos de la villa. Por eso se dio cuenta de que nunca podría apuntarse el tanto de la investigación. El muerto había sido asesinado por robo, la policía había encontrado a los delincuentes, la viuda se había conformado con la versión light y salvaguardaba el honor de su marido; y a nadie le interesaba remover asuntos turbios que dañaban los intereses económicos y turísticos de la ciudad. Se había quedado sin caso y sin dinero. Todo al mismo tiempo. No sabía que le dolía más. También sin hija, la cual había sido abandonada de facto por su progenitor en medio de la investigación por su incapacidad para enfrentarse a ella tras visionar el vídeo.Se despidió de Francisco y subió al último piso. Ahora vivía en su oficina. Era incómoda pues carecía de lo mínimo para estar confortable de seguido. No tenía cocina, pero no le importaba. Sentía que había recuperado su libertad. Ya nadie interfería en su vida e, incluso, el portero le subía regularmente el periódico del día anterior que tiraban otros despachos. Total, las noticias ya no tenían ningún valor para él.Notó que una de las flores se había desprendido torpemente del papel de la pared. La recogió del suelo y la puso en el cenicero. También recordó que había dejado el móvil en silencio. Vio varias llamadas. Tras marcar, en contra de su costumbre, al 123 vio que eran de Eva, de Trajano, de Herralde y de Zumendia. Eva le decía que lo sentía, que estaba harta de sus ausencias y de sus plantones, que se había enamorado de su jefe –al que le iba la marcha– de La Caja de Ahorros. Con la fusión iba a ascender y mover mucho presupuesto que ayudaría a las futuras generaciones de artistas. No lo sintió. El comportamiento de Eva había dejado mucho que desear cuando entrevió que la investigación podía poner en peligro su prestigiosa carrera en la famosa Caja. Por su parte, Trajano le comentaba que se había enterado que había habido un robo en NANOTEC hacía un par de años y que parecía que una mujer de administración era la principal acusada, aunque se le había dejado en paz por la intervención de Mato a su favor. Se llamaba Rosario López. Todo había quedado en una salida de la empresa más o menos pactada.El tal Herralde le decía que agradecía la llamada pero que no tenía ningún interés directo en la historia de Mato, que le parecía muy triste pero que nunca había tenido ningún contacto con él, excepto el pecuniario.Zumendia, a su vez, le convocaba imperativamente a una reunión con el secretario general de El Partido al día siguiente.Tras esos mensajes, cogió el teléfono y lo tiró por la venta.

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